Una epidemia de privaciones y hambre
Por Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008.
Seguramente no veremos una recuperación total hasta dentro de varios años por las consecuencias del coronavirus.
La covid-19 ha tenido consecuencias devastadoras para los trabajadores. La economía se ha desplomado tan rápido que resulta imposible mantener actualizadas las estadísticas, pero los datos de que disponemos indican que decenas de millones de estadounidenses han perdido el empleo sin tener culpa de nada. Habrá más pérdidas de puestos de trabajo, y seguramente no veremos una recuperación total hasta dentro de varios años. Pero los republicanos se oponen categóricamente a ampliar las prestaciones por desempleo; el senador Lindsey Graham ha asegurado que esa ampliación solo tendrá lugar “por encima de nuestros cadáveres”. (De hecho, por encima de los cadáveres de otros).
Por lo visto, quieren volver a una situación en la que la mayoría de los desempleados no reciban ninguna prestación y en la que hasta los que tienen seguro de desempleo reciban solo una pequeña fracción de sus ingresos previos. Dado que la mayoría de los estadounidenses en edad de trabajar dispone de seguro sanitario a través de las empresas, la pérdida de empleo causará un enorme aumento del número de personas sin seguro. El único factor de mitigación es la ley de asistencia asequible, también llamada Obamacare, que ahora ofrecerá una cobertura alternativa a muchos de los que se queden sin seguro, aunque, desde luego, no a todos. Pero el Gobierno de Trump sigue intentando que la ley sanitaria de Obama sea declarada inconstitucional. Tengan en cuenta que eliminar el Obamacare dejaría sin protección a estadounidenses con dolencias previas y que las aseguradoras probablemente se negarían a cubrir a cualquiera que haya padecido la covid-19.
Por último, la devastación causada por el coronavirus ha hecho que muchos en el país más rico del mundo se vean ante la imposibilidad de llevar suficiente comida a la mesa. Las familias con hijos menores de 12 años se están viendo especialmente afectadas: según una encuesta reciente, el 41% de estas familias ya no pueden permitirse comprar lo suficiente para comer. Los bancos de alimentos están sobrepasados, y las colas, a veces, son de más de un kilómetro.
Pero los republicanos siguen intentando poner más pegas para obtener cupones de alimentos y se oponen vehementemente a las propuestas de ampliar temporalmente la ayuda para la obtención de alimentos. A estas alturas, cualquiera que siga las noticias se ha hecho una idea de la manera chapucera en que el Gobierno de Trump y sus aliados han manejado y siguen manejando el aspecto médico de la pandemia. Semanas de negación y la incapacidad de realizar siquiera remotamente las pruebas necesarias han permitido que el virus se extienda de forma casi descontrolada.
Los intentos de reactivar la economía a pesar de que la pandemia diste de estar controlada provocarán más muertes y probablemente sea contraproducente incluso desde el punto de vista puramente económico si los Estados se ven obligados a confinar de nuevo a la población. Pero solo ahora hemos empezado a ver la crueldad del Partido Republicano respecto a las víctimas económicas del coronavirus. Ante lo que es un enorme desastre natural, era de esperar que los conservadores rompieran, al menos temporalmente, con su tradicional oposición a ayudar a los ciudadanos necesitados. Pero no; están tan decididos como siempre a castigar a los pobres y a los desafortunados. Lo extraordinario de esta determinación es que los argumentos habituales contra la ayuda a los necesitados, poco convincentes incluso en tiempos normales, se han vuelto insostenibles ante la pandemia.
Por ejemplo, se oyen todavía quejas de que el gasto en cupones de alimentos y prestaciones por desempleo aumenta el déficit. Y, sin embargo, a los republicanos nunca les ha preocupado verdaderamente el déficit presupuestario: demostraron su hipocresía al aprobar tranquilamente una enorme rebaja tributaria en 2017 y no decir palabra mientras el déficit crecía. Pero es igualmente absurdo quejarse del coste de los cupones para alimentos mientras seguimos ofreciendo a las grandes empresas cientos de miles de millones de dólares en préstamos y avales de préstamos.
Pero lo que es aún peor, en mi opinión, es oír a los republicanos quejarse de que los cupones de alimentos y las prestaciones por desempleo reducen el incentivo para buscar trabajo. Nunca ha habido pruebas serias que justifiquen esta afirmación, pero ahora mismo —en un momento en el que los trabajadores no pueden trabajar, porque desempeñar su trabajo habitual mataría a muchísima gente— me resulta difícil entender cómo puede alguien plantear este argumento sin atragantarse. ¿Cómo se explica entonces la extraordinaria indiferencia republicana ante los apuros de los estadounidenses empobrecidos por este desastre nacional?
Tal vez una respuesta sea que buena parte de la derecha estadounidense ha decidido de hecho que debemos volver a la vida de siempre y aceptar el número de muertes que se produzcan como consecuencia de ello. Es posible que a quienes desean seguir por esa vía, cualquier cosa que reduzca las privaciones y por consiguiente haga más tolerable el distanciamiento social les parezca un obstáculo a sus planes. Además, es posible que a los conservadores les preocupe que si ayudamos, aunque sea temporalmente, a la gente en apuros, muchos estadounidenses decidirán que un colchón de seguridad social más fuerte es algo bueno en general. Cuando tu estrategia política depende de convencer a la población de que lo público es siempre el problema, nunca la solución, no quieres que los votantes vean que la Administración pública está de hecho haciendo cosas buenas, ni siquiera en tiempos de absoluta necesidad.
Independientemente de cuáles sean las razones, está claro que los estadounidenses que sufren las consecuencias económicas de la covid-19 recibirán mucha menos ayuda de la que debieran. Tras haber condenado ya a decenas de miles de ciudadanos a una muerte innecesaria, Trump y sus aliados se disponen a condenar a decenas de millones a privaciones innecesarias. © The New York Times, 2020.