¿Por qué somos pobres en tiempo?
Por Francesc Miralles, experto en psicología.
Cómo evitar las trampas que se tragan las mejores horas de nuestra vida. Reflexiones sobre la adicción a la productividad y consejos para reconquistar el fundamento de la existencia.
A medida que envejecemos, la gestión del tiempo se vuelve una cuestión más urgente, tal vez por esa ley del marketing de que “la escasez crea valor”. ¿Por qué, entonces, hay tan poca gente que se siente satisfecha con el uso que hace de sus días, horas y minutos? Arthur C. Brooks señalaba en el podcast How to Build a Happy Life (Cómo armar una vida feliz) nuestra tendencia a llevar cada vez más trabajo a nuestro tiempo libre. Sostiene que hay un desfase alarmante entre cómo invertimos nuestro tiempo y lo que en realidad desearíamos hacer con él.
La fijación por ser “productivos” hace que muchos roben horas de descanso, fines de semanas incluidos, para tareas que deberían circunscribirse al horario laboral. Esto es especialmente dramático en los emprendedores y los autónomos, que extienden los tentáculos de sus obligaciones a todos los huecos del calendario.
Sin embargo, el trabajo es solo una de las maneras que tenemos de mantenernos permanentemente ocupados.
Cuando nos preguntan: “¿Qué harías si tuvieras más tiempo?”, las respuestas más comunes son: “Me dedicaría a aquello que me apasiona”, “Haría más cosas con la familia o con mis amigos”, “Charlaría más con mis hijos”. Sin embargo, estos ideales raramente se traducen en hechos porque nunca creemos tener tiempo, lo cual es una ilusión.
Dice el psicólogo Xavier Guix: “Somos tiempo”. Y solo carece de tiempo quien ya está muerto. La cuestión es cómo lo usamos. Ashley Whillans, docente de la Harvard Business School y autora del libro Time Smart: How to Reclaim Your Time and Live a Happier Life (Cómo recuperar su tiempo y vivir una vida más feliz), apunta que el 80% de los profesionales que participaron en una encuesta se definieron como “pobres en tiempo”. Sin embargo, del mismo modo que es absurdo ganar dinero sin poder gastarlo, de poco sirve tener éxito sin tiempo. ¿Cómo podemos combatir la epidemia del “me faltan horas para todo lo que tengo que hacer”? La profesora Whillans habla de las “trampas del tiempo” que nos llevan a invertirlo casi totalmente en “ser productivos”. Una de ellas es conceder a nuestra carrera un papel prioritario, hasta el punto de que relacionamos “estar siempre ocupado” con ser importante. Tener un hueco en la agenda nos puede hacer sentir vagos o que “estamos perdiendo el tiempo”. En Estados Unidos, según Whillans, una CEO puede presumir en una fiesta de trabajar 80 horas por semana.
Cuando la productividad se convierte en un hábito, las horas libres solo pueden existir cuando una enfermedad nos postra en la cama. ¿Es eso saludable? La clave de todo es decidir si queremos conseguir más dinero o más tiempo.
El problema es que no sabemos contemplar el tiempo libre como la verdadera riqueza que es, ya que, si bien el dinero no puede comprarlo todo, cualquier cosa que deseemos hacer requiere tiempo. Poner esta divisa en primer lugar cambiará de raíz nuestra forma de vivir. Veamos tres medidas prácticas
Auditar nuestra agenda.
Deberíamos hacer una revisión personal de cómo utilizamos nuestro tiempo fuera del horario laboral. ¿Cuánto dedicamos a trabajar fuera de horas, a compromisos que no nos apetecen o a actividades programadas?
Procurarnos tiempo verdaderamente “libre”.
Si llenamos el afterwork con demasiadas actividades y compromisos sociales, entonces deja de ser tiempo libre. Whillans cita un estudio que demostró que las personas que programan demasiadas cosas en tiempo de ocio lo acaban percibiendo como trabajo y no pueden disfrutarlo. Necesitamos relajarnos e improvisar.
Aprende a no hacer nada.
El psicólogo Martin Seligman afirma que el Homo sapiens debería llamarse en verdad Homo prospectus, porque incluso cuando cree no hacer nada está programando el futuro: pensamos en nuestro porvenir, en lo que debemos hacer mañana o, en un marco más doméstico, en lo que vamos a cocinar a la noche. Si queremos gozar de una verdadera desconexión, evitemos proyectar y descansemos verdaderamente en el ahora. Como decía Ovidio: “Tómate un respiro; el campo que ha reposado da una cosecha más abundante”.
Lo peor del estrés
Estar siempre ocupado es una autopista al estrés, ya que, por más cosas que hagamos, siempre tendremos la impresión de que no llegamos a todo y nos falta tiempo. Andrés Martín Asuero, doctor en Psicología y pionero del mindfulness en España, señala que lo peor del estrés no es lo que sucede desde un punto de vista bioquímico, cuando se dispara el cortisol, entre otras hormonas. Lo peor es lo que hacemos para combatirlo.
Una jornada estresante se compensa a menudo ingiriendo alcohol, con fármacos o con compras compulsivas, con lo que a nuestra mala gestión del tiempo y el estrés consiguiente añadimos un problema aún mayor.