Síndrome del impostor: La condena de sentirse constantemente un fraude
Patricia Fernández Martín es psicóloga clínica en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid.
Tengo miedo de que otros me controlen. Siento que mis logros son fruto del azar. Tengo miedo de que la gente importante descubra que no soy tan capaz como creen. Estoy seguro de que lo que voy a contarles les parecerá una tontería. Cualquiera puede hacerlo… Hay un sinfín de frases que muestran el síndrome del impostor. Incluso Meryl Streep se identificó con ellos. Este fenómeno fue descrito en 1978 por las psicólogas clínicas estadounidenses Pauline R. Clance y Suzanne A. Imes. Luego lo definieron como un fuerte sentido de falsedad sobre la imagen de competencia que experimentan las personas con altos niveles académicos. Según las estadísticas, hasta el 50% de las personas con reconocimiento viven con estas sensaciones. En el año 2000, Joan Harvey y sus colaboradores también lo vincularon con ciertos rasgos de la personalidad, como una alta autoexigencia y autocrítica, un alto perfeccionismo y bajos niveles de autocompasión.
Quienes se sienten así tienden a creerse responsables de los errores y odian los elogios. Cuando reciben elogios, ven sus logros como una cuestión de suerte o el resultado de que nadie se dio cuenta de sus defectos. Se les considera un fraude porque desempeñan un papel que no les corresponde. Temen el fracaso y niegan sus capacidades, a veces sin querer. Para compensar el miedo a la derrota, se prepararon demasiado o pospusieron las cosas haciendo un gran esfuerzo final. Este fenómeno se da en entornos competitivos y ha sido estudiado, por ejemplo, en el ámbito de la salud por las doctoras Montserrat González Estecha y Ángeles Martínez Hernanz.
Conviene variar entre una sensación ocasional y la situación que se convierte en algo constante, aunque sea discapacitado. El indicador de alarma es el de éxito insuficiente, lo que provoca insatisfacción crónica, o la alta demanda excede el ámbito profesional y afecta al social o familiar. Si el nivel de estrés es demasiado alto, existe un riesgo para la salud física.
Algunos estudios han encontrado que este síntoma afecta más a las mujeres, por lo que se ha popularizado el término síndrome del impostor. Los roles de género las hacen más vulnerables a este problema cuando se las coloca en puestos de liderazgo tradicionalmente asociados con los hombres. El origen de esta pintura y su mayor impacto en la mujer puede tener orígenes históricos. Mujeres y poder, de la historiadora Mary Beard, muestra cómo, desde las civilizaciones antiguas, las mujeres han sido relegadas a un papel secundario aún difícil de romper. El síndrome aparece en la adolescencia y se agudiza en determinados momentos de la vida adulta, como durante la maternidad, cuando hay que redoblar los esfuerzos para demostrar la propia valía profesional.
En libros como Síndrome del impostor: ¿Por qué las mujeres todavía no creen en sí mismas?de Cadoche y Montarlot, o no lo haré bien, de Emma Vallespinós, se proponen algunas recomendaciones para combatir este síndrome. Lo primero es reconocerlo y descubrir qué lo desencadena. Luego, modere la autocrítica y examine cuán inexactas son algunas reseñas, comparándolas con las opiniones de otros. Así es como logramos cuestionar el lenguaje, que es el depósito de nuestros prejuicios, como señala la autora Chimamanda Ngozi Adichie. También es recomendable cultivar el autoconocimiento y darse cuenta de las propias habilidades y fortalezas. Otro objetivo es superar los falsos sentimientos de culpa y aumentar la compasión por nuestros fracasos. También es útil reducir los hábitos de trabajo compulsivos, aceptar elogios y aprender a disfrutar lo que haces. Sensibilizar sobre los prejuicios de género a nivel individual y colectivo también es importante porque ayuda a reconocer y superar los propios.
En el ámbito de la empresa y la organización, este síndrome se puede combatir con un liderazgo participativo por parte de personas con una actitud abierta, creativa y transformadora. Un compromiso con estilos de liderazgo saludables fomenta la confianza y la cooperación y combate los prejuicios y juicios competitivos, alentando a las personas más cuidadosas y sensibles a participar en los niveles más responsables. Otra alternativa es fomentar la tutoría. Recopilado por Tomás Chamorro ¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes? que, al seleccionar personal, los evaluadores suelen centrarse en cualidades como la confianza, el carisma y la seguridad en sí mismos y muy poco en la competencia o la humildad. Centrarse en estas últimas características reducirá los contextos coercitivos. Otra propuesta útil es que las organizaciones implementen políticas de igualdad de género, fomentando la diversidad en la toma de decisiones, la conciliación y la igualdad de remuneración, como señala la profesora Helena Legido.
Mirando a los futuros líderes, sería interesante encontrar modelos a seguir y mentores que ayuden a las mujeres a apoyarse unas a otras, a correr riesgos, si así lo desean, pero también a aceptar que uno tiene derecho a seguir siéndolo sin sentir nada. así un impostor.