Intolerancia a la lactosa, ¿sin lácteos para siempre?
Introducir de manera paulatina derivados de la leche es una práctica aconsejada para controlar la enfermedad
Sin lactosa, nuestro organismo puede sufrir una considerable carencia nutricional
Sofía Larrucea
A diferencia de la intolerancia a la lactosa de tipo secundario, que desaparece muchas veces cuando la patología de base que la provocó se cura, la de tipo primario podría decirse que llega para quedarse, debido a su origen genético. Es la causa más frecuente y ocurre tras el periodo de lactancia por la pérdida progresiva de la producción de lactasa. Sin embargo, ello no quiere decir que la persona afectada no pueda ingerir lácteos nunca más, al menos en la mayoría de los casos. De hecho, una vía de tratamiento para mejorar el control de esta enfermedad es justamente la de ir introduciendo paulatinamente estos productos en la dieta. “La tolerabilidad a la lactosa aumenta cuando esta se distribuye en pequeñas tomas y, sobre todo, cuando se combina con otros alimentos”, afirma Lluís Asmarats, jefe del servicio de Medicina Interna de la Clínica Sagrada Familia de Barcelona. Un proceso que, recuerda este especialista, siempre debe estar supervisado y controlado por un médico.
Realizar un buen diagnóstico de la enfermedad por parte del médico es fundamental. Actualmente existen diferentes métodos, como el test de hidrógeno o el test de gaxilosa, que permiten al especialista recomendar la supresión total o temporal de lactosa. “Debe recordarse que este disacárido no solo se encuentra en la leche y en sus derivados, sino que también está presente en muchos otros alimentos como pueden ser algunos tipos de pan, la bollería, el chocolate, helados, salsas o los purés, por ejemplo”, aclara Lluís Asmarats. Sin embargo, la supresión total de la lactosa no es bueno para la salud. Sin este tipo de disacárido, nuestro organismo puede sufrir una considerable carencia nutricional. Es importante mantener un aporte suficiente de calcio (los alimentos lácteos son la principal fuente dietética de este mineral) y de Vitamina D para evitar pérdida de masa ósea. Por este motivo, pasado un tiempo sin ingerir lactosa, que suele ser de tres a seis semanas, el médico puede ir reintroduciendo de manera progresiva pequeñas cantidades de productos lácteos en la dieta del paciente. En este sentido, el especialista de la Clínica Sagrada Familia recomienda, sobre todo, los productos lácteos fermentados, como son el queso curado o el yogur que se obtiene de la fermentación de la leche por la acción de unas bacterias específicas llamada Streptococcus thermophilus y Lactobacillus bulgaricus. Asimismo, la leche pobre en lactosa o los yogures con probióticos también son una buena opción, o incluso algunos antibióticos que ayudan a reducir la flora intestinal. No obstante, el grado de intolerancia no siempre es el mismo. Según varios factores, entre ellos la cantidad de la enzima lactasa de la que dispone la persona, la cantidad de lactosa ingerida, el tiempo de tránsito intestinal o el tiempo de vaciamiento gástrico, el nivel de la intolerancia puede ser menor o mayor. Para los que presentan elevados grados de intolerancia, una buena opción son los comprimidos de lactasa que existen actualmente.