Un animal prescinde del corazón para desarrollarse
Un enigmático organismo marino de tres milímetros ilumina la pérdida de complejidad como motor de la evolución de los seres vivos.
Cuando una persona se zambulle en la playa y traga agua, es muy probable que se haya zampado sin querer un Oikopleura dioica, un animal de apenas tres milímetros que está por doquier en los mares templados. El equipo del biólogo Cristian Cañestro los cría en su laboratorio de la Universidad de Barcelona, porque es un bichito que esconde muchos secretos sobre qué es en realidad una persona. Estos científicos acaban de revelar que los Oikopleura y sus parientes perdieron “de forma masiva” los genes necesarios para formar un corazón humano, un descubrimiento que suscita numerosas preguntas trascendentales. Su hallazgo es tan importante que se publica este miércoles en la portada de la revista Nature, el templo de la ciencia mundial.
En el imaginario colectivo, la vida surgió en formas microscópicas y fue evolucionando, ganando complejidad, hasta llegar a la cúspide: el ser humano, directamente creado por un dios, según multitud de religiones incompatibles entre sí. El grupo de Cañestro dibuja un escenario muy distinto. El biólogo cita la célebre tortilla de patata deconstruida de Ferran Adrià, en la que el cocinero analizó los sabores esenciales del plato tradicional para crear una reinterpretación irreconocible dentro de una copa de cóctel. “La deconstrucción es un método de análisis, nacido en la filosofía, que estamos aplicando en la biología. Al analizar las partes por separado, acabas entendiendo mejor el todo”, explica Cañestro.
El corazón del Oikopleura solo tiene seis células, cuyos latidos mantienen vivo al animal. El singular organismo pertenece a los tunicados, el grupo hermano de los vertebrados. Si se imagina la evolución como una carretera, los tunicados y los vertebrados caminaron juntos hasta que sus pasos se separaron hace unos 500 millones de años. Su ancestro común tenía multitud de genes que hoy son esenciales para formar un corazón humano, pero el análisis genético del Oikopleura muestra una pérdida masiva de estos genes por el camino.
Cañestro y su colega Ricard Albalat son especialistas mundiales en investigar la pérdida de genes como motor de la evolución. Los investigadores creen que la forma ancestral de los tunicados era sedentaria, fijada al fondo marino, y no un animal nadador como se pensaba hasta ahora. Perder los genes necesarios para poseer un corazón más sofisticado habría permitido al Oikopleura acelerar su desarrollo y disponer en apenas unas horas de un órgano cardiaco sencillo, lo que facilitó su salto a la vida libre, flotando en el océano.
Al contemplar un teléfono del siglo XX, un observador ignorante podría pensar que estos aparatos requieren un cable como característica esencial. Al ver un móvil del siglo XXI, el concepto de teléfono cambia radicalmente. Lo mismo ocurre con los seres vivos. Ver las piezas genéticas que faltan en el Oikopleura permite entender cuáles son las imprescindibles para formar un animal con boca, cerebro y corazón. La tortilla deconstruida de la vida. En esos genes fundamentales podrían esconderse mutaciones que expliquen por qué, por ejemplo, tantos deportistas sufren muerte súbita sin causa conocida, según hipotetiza Cañestro.
El biólogo recuerda que, en 2014, La Marató de TV3 —un evento de la televisión catalana para recaudar fondos con fines benéficos— se dedicó a las enfermedades del corazón. Como su laboratorio andaba escaso de dinero, algo común en los grupos que hacen investigación básica en España, Cañestro presentó una idea a La Marató de TV3, que había reunido más de 10 millones de euros. El proyecto consistía en estudiar las bases genéticas de las enfermedades del corazón humano con el Oikopleura. No le dieron ni una moneda, pero el plan era tan bueno que ha acabado en la portada de Nature.
El nuevo estudio forma parte de la tesis doctoral del genetista Alfonso Ferrández. El equipo de la Universidad de Barcelona ha hecho este miércoles un alegato a favor de la investigación básica en una rueda de prensa en la Facultad de Biología. Cañestro denuncia la escasez y el retraso de los fondos públicos y la precariedad que sufren, sobre todo, los jóvenes científicos en la universidad pública. “Es una vergüenza”, afirma.
El biólogo recuerda que Francis Mojica, un modesto investigador de la Universidad de Alicante, pasó años y años estudiando prácticamente en solitario los mecanismos moleculares de los microbios que eran capaces de vivir en las charcas extremadamente saladas de las salinas de Santa Pola. Sin ninguna aplicación en mente, descubrió que los microorganismos poseían un sistema para cortar con precisión el ADN. Así nació la revolución del CRISPR, una técnica que en los últimos años ha permitido reescribir el ADN de los seres vivos, incluso de los humanos, y promete salvar millones de vidas y generar miles de millones de euros. “Tenemos que pedir a gritos que se mejoren las condiciones en la universidad pública”, reivindica Cañestro. Manuel Ansede (EP)