¿Pueden servir las vacunas de ARNm también para curar el cáncer?
Tras el éxito de la vacuna de la covid-19, es lógico preguntarse si es posible esperar un triunfo semejante con el cáncer. Ya era un objetivo a perseguir antes de la pandemia.
Cuando el SARS-CoV-2 irrumpió en nuestras vidas en 2020, las vacunas basadas en ARN mensajero (ARNm) ya protagonizaban diversos ensayos y publicaciones, varios de ellos orientados a emplear esa tecnología en la lucha contra el cáncer. Los resultados preliminares mostraban que había espacio para la esperanza, pero aún había muchas cosas por mejorar y dudas asociadas al uso de una tecnología completamente nueva.
Entonces llegó la pandemia y todo pasó aparentemente a un segundo plano. El cáncer seguía siendo una de las grandes amenazas, pero la saturación del sistema sanitario y lo excepcional de la situación provocaron retrasos en los diagnósticos y en los tratamientos.
Sin embargo, la estrategia contra la covid-19 le debe mucho a la investigación contra el cáncer, y es que sin los años previos dedicados a la investigación de las vacunas de ARNm no habría sido posible desarrollar una versión contra la infección por SARS-CoV-2 en tan poco tiempo (se tarda entre 10 y 15 años en desarrollar una vacuna, pero Pfizer y Moderna consiguieron probar la eficacia y seguridad de su propuesta para la covid-19 en menos de un año). Al mismo tiempo, la aceleración en el desarrollo y su aplicación masiva son una fuente fundamental de información para retomar, con muchos más datos y en un punto más avanzado, el propósito original.
¿Por qué esta tecnología puede marcar una diferencia? En el caso de las enfermedades contagiosas una de sus principales ventajas es que no se basan en inocular un virus (inactivado o parte de él), lo que conlleva un cultivo previo del mismo en laboratorio y un proceso de purificación. Las vacunas de ARNm se aprovechan de nuestra maquinaria celular para que sean nuestras propias células las que produzca proteínas idénticas a las que portan los virus en la superficie, de forma que el sistema inmune se entrene y aprenda a reconocerlas para que esté preparado en caso de que se produzca una infección.
Para ello es necesario secuenciar el ARN viral y localizar la parte en la que se explica cómo producir esa proteína en cuestión, copiarla e inocularla en el cuerpo para que las células hagan el trabajo sin que suponga un riesgo para el individuo. El ARN se degrada muy rápidamente y en ningún caso afecta a nuestro ADN, que permanece protegido en el núcleo de las células. Y puesto que tampoco se inocula un virus, son una opción más segura.