La primera intergeneración X
Estados Unidos empieza el 11 de abril a expedir pasaportes en los que no se específica el género de las personas
La X siempre fue el factor por despejar. Ya no hace falta. Por esa incógnita en las matemáticas, la etiqueta X se asigna a la generación a partir de mediados de la década de los sesenta, bisagra entre los baby boomers y los millennials de los ochenta. La aceptación de la X en la casilla de género se considera un gran logro para las personas trans.
Es una generación bien formada, la primera que tuvo acceso a los ordenadores, y, en cambio, tuvo problemas al acceder a la vida adulta por un mayor coste de la vida y hallar más trabas laborales que sus antecesores. Estas explicaciones sociológicas se derrumban a partir de este 11 de abril en Estados Unidos desde el punto de vista legal. Cualquiera puede ser X, independientemente de si nació Z, Y o el nominativo que sea. Hombre o mujer, binario o no binario, joven o maduro, incluso los que se definen como pez o lo que sea, todos pueden aplicar la letra X en la casilla de género al rellenar la aplicación para obtener el pasaporte estadounidense.Aunque está permitido a todos, sin discriminación, esta innovación es un hito para los ciudadanos que no se identifican con los sexos de nacimiento ni se conforman con esa distinción. La Casa Blanca lo describe como un gran paso en el compromiso del presidente Biden para facilitar el acceso a documentos de identidad precisos.“La adición de un tercer marcador impulsa a Estados Unidos a garantizar que nuestros sistemas administrativos tengan en cuenta la diversidad de la identidad de género. expresiones de género y características sexuales de los ciudadanos estadounidenses”, dijo en rueda de prensa Jessica Stern, que ostenta el título de enviada diplomática especial para los derechos LGBTQ. “La emisión del marcador X en los pasaportes no crea nueva definición ni derechos. Este cambio de política reconoce la verdadera identidad del titular del pasaporte”, aclaró en su intervención. La entrada en vigor del llamado género neutro se produce en un momento más que crítico por el retroceso ideológico en los avances sociales conseguidos en esta sociedad.
Reforma, contrarreforma.
Hace un tiempo pareció que desaparecía de escena la cuestión LGBTQ para bien. El Tribunal Supremo legalizó el matrimonio homosexual e incluso las campaña políticas de los conservadores pasaban de ese asunto. Muchos republicanos, incluido Donald Trump, se declararon amigos de los gais. Pero de pronto el viento ha virado de rumbo. Los expertos observan en el propio Trump la fuerza que forzó el giro, al dar marcha atrás en sus apoyos previos para captar y fortalecer las bases religiosas radicales. Su retórica se centró en la oposición al aborto, rechazar los derechos LGBTQ y restringir los derechos de los transgénero. Las competiciones exclusivamente para niñas de nacimiento se convirtió en seña de identidad de esta nueva tendencia. Uno de sus más distinguidos discípulos, Ron DeSantis, gobernador de Florida, acabar de firmar el proyecto legislativo conocido como “no digas gay”. Esta ley prohíbe la instrucción sobre orientación sexual desde el parvulario hasta tercer curso. También contiene una redacción vaga que preocupa a los opositores por poder conducir a restricciones más amplias, tratando efectivamente de borrar a los LGBTQ estadounidense de las lecciones escolares. El preámbulo de la ley requiere, por ejemplo, “prohibir las discusiones en las aulas sobre orientación sexual e identidad de género”. Esta frase es la que ha propiciado que la regulación se conozca como “no digas gay”. Otros quieren copiarle, mientras que hay estados conservadores (Arkansas, Arizona y Texas) que han promulgado políticas que limitan los tratamientos afirmativos de género para niños, entre los que se incluyen cirugía, hormonas o terapia del habla. Así que, además de la X del pasaporte, el Departamento de Seguridad Nacional anunció acciones para mejorar la experiencia de viajar a los transgénero, a menudo algo que ha sido notoriamente cargado con estrés y discriminación. Uno de los retos es eliminar las frecuentes alarmas que saltan en los controles de los aeropuertos cuando pasan personas trans. La tecnología tampoco es neutral. Esta iniciativa contrasta con la fiebre anti LGBQT que se extiende por estados conservadores. Francesc Peiron (LV)