Timothy Besley (profesor de la London School of Economics): “Si gastamos más en defensa, invertiremos menos en sanidad”
Timothy Besley, catedrático de Economía y Ciencia Política de la London School of Economics.
Amanece un día radiante en la capital de Inglaterra. Discípulos y profesores intercambian golpes en las pistas de tenis del parque Lincoln, a solo a unos metros del despacho de Timothy Besley (Kesteven, Reino Unido, 1960) en la prestigiosa London School of Economics. El flamante ganador del premio Fronteras del Conocimiento de Economía, concedido por la Fundación BBVA, prefiere otro tipo de raquetas, las de squash, aunque una lesión en el brazo le mantiene alejado de las canchas. También es habitual verle desgañitándose en las gradas de su querido Fulham, una de las revelaciones de la Premier League, o modulando la voz en actuaciones al ritmo de los Beatles.
Son los momentos de desconexión de una agenda repleta de investigaciones que han convertido a este doctorado en Economía por la Universidad de Oxford y antiguo consejero externo del Banco de Inglaterra, hoy profesor y asesor de infraestructuras del Gobierno británico, en un referente sobre los vasos comunicantes entre política y economía. Mientras fuera, en las calles, todavía son visibles estructuras, banderas y mensajes conmemorativos de la coronación del rey Carlos III, celebrada cinco días atrás, en su silenciosa oficina Besley pide un par de minutos para responder un correo electrónico antes de tomar asiento frente a su interlocutor.
P. Una de sus investigaciones concluyó que los políticos piensan menos en las consecuencias de sus decisiones a largo plazo cuando hay limitaciones de mandatos y saben que no repetirán en el poder. ¿Se puede trasladar eso al debate monarquía-república?
R. No creo que haya ninguna evidencia sólida para decir que monarquías y repúblicas funcionan diferente. Pero tengo una conjetura: si mira las transiciones exitosas hacia una democracia estable, parece existir una ventaja en hacerlo desde una monarquía, porque tienes una especie de cambio gradual en el equilibrio de poder entre las élites hereditarias y las élites electas. Al ser más progresivo, navegas un camino más plácido a la democracia que si lo haces a través de una revolución. Es algo que me gustaría investigar.
P. Otro tema divisivo: el Brexit. ¿Ha cambiado la vida de los británicos?
R. A pesar de que me posicioné en el bando de permanecer en la UE, entendí ambas posturas. Unos hablaban de recuperar el control y otros avisaban de que seríamos más pobres fuera porque tenemos más seguridad económica en la UE. Lo frustrante es que en un debate tan polarizado no fue posible un entendimiento mutuo ni encontrar un punto de encuentro razonable. Porque yo estaba al 100% con el proyecto europeo como proyecto económico, pero tenía y tengo serias dudas sobre el proyecto europeo como proyecto político.
Los políticos británicos sabían que, si alguna vez decían que necesitábamos un debate sobre la integración política, eso invocaría todo un sentimiento negativo contra Europa. Hubo una especie de silencio estratégico antes de la campaña sobre el tema principal, que debería haber sido: ¿Qué tipo de Unión Europea queremos? Personalmente, en ese momento no quería una mayor integración política, pero sí tanta integración económica como fuera posible.
P. Hay quien piensa que sin el Reino Unido poniendo trabas, la UE tiene las manos libres para ser más ambiciosa. ¿Hacia dónde debe encaminarse?
R. Cada vez que hay una crisis, ya sea financiera o sanitaria, caso de la pandemia, la UE lucha para organizar algún tipo de plan, pero no tiene poder fiscal. Siempre depende de los recursos que sus miembros proporcionen. Los Estados han crecido y se han vuelto efectivos y poderosos cuando han recaudado impuestos como un instrumento central de su poder, porque con ellos puedes construir ejércitos, brindar atención médica, pensiones y otras cosas. A comienzos del siglo XX el Gobierno de EE UU apenas recaudaba impuestos, y el de la renta incluso era inconstitucional. EE UU nunca hubiera llegado a donde ha llegado si no hubiera cambiado el equilibrio de poder entre los Estados y el Gobierno federal.
P. Los impuestos son uno de los pilares de la prosperidad de los que habla en su libro con Torsten Persson. Pero parece más rentable electoralmente bajarlos que lo contrario, aun después de la pandemia.
R. Es una cuestión muy importante. La mayoría de la gente dice estar a favor de gastar más en atención médica, en infraestructuras y en educación, y algunos ahora dicen que quieren más gasto en Defensa debido a lo que está pasando en Ucrania. Pero para eso tienes que aumentar los ingresos fiscales. Y no vivimos en un mundo donde parezca fácil hacerlo, o cuando menos, no es popular políticamente. Institucionalmente puede ser aún más difícil si hay mucha competencia fiscal. Ese es otro gran problema para la UE. Nunca ha abordado adecuadamente la cuestión en su propio seno, donde tiene dos paraísos fiscales, Irlanda y Luxemburgo.
P. Ocurre incluso entre regiones de un mismo país.
R. Podemos tener lo que se conoce como una carrera hacia el abismo. Todos están tratando de reducir los impuestos, y al mismo tiempo, todos quieren gastar más. En Europa tuvimos dos grandes dividendos de paz. El posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando muchos países se desmilitarizaron y nació el Servicio Nacional de Salud británico gracias a que no teníamos que construir tantos tanques. Y el del final de la Guerra Fría, cuando pensábamos que no necesitaríamos tanto ejército. Ahora vamos en la dirección opuesta. Parece que en los próximos diez años vamos a tener que gastar más en Defensa, lo que significa que gastaremos menos en salud y educación, a menos que la gente esté seriamente dispuesta a pagar más impuestos o pague indirectamente esos servicios. Probablemente habrá cada vez más discusión sobre el cobro de servicios que son gratuitos en este momento.
P. ¿Cómo se le cuenta eso a los electores sin que dejen de votarte?
R. A los políticos no les gusta decirlo de esa manera. Quieren fingir que pueden reducir los impuestos y aumentar el gasto. Eso es una locura. Así que también se necesita algo de honestidad entre la clase política. Tal vez deberían juntarse y decir: “no compitamos en promesas locas”. Acordemos que ya no podemos contar esta mentira a nuestros ciudadanos, porque eso es lo que socava su confianza.
P. “Es la economía estúpido”, dijo un asesor de Bill Clinton en 1992. ¿Sigue vigente como clave para ganar elecciones?
R. El modelo central cuando enseñaba economía política antes y cuando lo hago ahora es uno en el que la competición es una especie de lucha por los votantes de ingresos altos, medios y bajos. En síntesis, la economía es clave porque en el fondo se trata de cuánto sacas tú del Estado versus cuánto saco yo. Pero hay un ascenso de la política basada en la identidad. Y el Brexit fue un buen ejemplo de ello. Creó una nueva categoría política. Si a alguien le hubieran preguntado en Gran Bretaña en 2010, ¿eres partidario del Brexit?, nadie tendría idea de lo que eso significa. Si les preguntas en 2019, todos te dirán sí o no. La inmigración, por ejemplo, se convirtió en una de las divisiones que surgieron en la campaña del Brexit.
Estas nociones de identidad se han vuelto cada vez más importantes. Fijándose en el auge de la política populista en Europa, como la AfD en Alemania, los demócratas suecos o el Movimiento Cinco Estrellas en Italia, hay gente que dice: “bueno, ya no existe la competencia tradicional por la economía”. Se trata de competir en un nuevo espacio, con otras preguntas. ¿Puedo ganarme a los descontentos, a las personas que sienten que, debido a su noción de identidad, sus puntos de vista ya no se reflejan en la política? ¿Puedo atraerlos? Y eso es lo que están haciendo los nuevos políticos. No significa que la economía no juegue un papel importante, pero seguramente ha alejado a la economía de su rol de eje de la política.
P. Se habla mucho de cómo la renta condiciona el voto, pero en España se aprecia cada vez más una brecha entre jóvenes precarios y mayores más protegidos por pensiones que no pierden poder adquisitivo.
R. Es un gran debate. pero diría que no se da en Gran Bretaña. Me burlo de mi hijo menor porque es bastante activo políticamente y se queja de que las viejas políticas están diseñadas para los mayores y no se preocupan de los jóvenes. Yo le sigo diciendo: “bueno, los jóvenes necesitan organizarse políticamente”. Si te sientes excluido del sistema político o tus opiniones no son escuchadas, la forma de solucionarlo es conseguir más organización política. Ahora bien, eso no ha sucedido en Gran Bretaña, para ser sincero. Hay movimientos en torno al clima donde los jóvenes tienen alguna organización política en marcha, pero no es una organización política de masas, es muy de nicho. Temas como la vivienda son un gran problema, porque los jóvenes básicamente dicen que es inaccesible. Los periódicos británicos publicaban esta mañana que la proporción de quienes viven con sus padres a los 30 años ha subido a la cuarta parte. De nuevo, la solución pasa por organizarse y conseguir cosas. Los mayores no están políticamente organizados en el sentido de salir a la calle. Están organizados políticamente porque dominan los partidos tradicionales. Si acudes a una de sus reuniones en Gran Bretaña, predigo que la mayoría será gente mayor.
P. Ha mencionado la vivienda. En España el tema ha irrumpido con fuerza en la campaña, y se proyectan controles de precios para contener la subida de los alquileres.
R. La mejor manera de bajar los precios de la vivienda es aumentar su disponibilidad. Ahora, eso no es fácil de hacer, particularmente en Londres, donde los precios de la vivienda son de verdad muy, muy altos. Hay una cantidad límite que puedes construir. La mayoría de los economistas, y probablemente me situaría entre ellos, son bastante escépticos acerca de las regulaciones en el mercado de la vivienda, porque a menudo crean distorsiones. A muchos gobiernos en diferentes partes del mundo les gusta el control de alquileres, porque a quienes alquilan propiedades les gusta, particularmente si mantiene bajos sus precios, pero a largo plazo puede distorsionar el mercado. La forma de alentar la construcción en una economía de mercado es esperar que los precios altos sirvan de incentivo para construir más porque es rentable.
P. Donde sí hay una intervención masiva y consensuada de los Gobiernos es en el tránsito a una economía descarbonizada. ¿Estamos preparados para ese cambio?
R. Soy optimista en el sentido de que creo que esta transición va a suceder. Pero creo que el problema para todos nosotros es su velocidad. Una de las áreas relativamente fáciles serán los vehículos eléctricos. No vamos tan rápido como a algunos de nosotros nos gustaría, pero esa transición ocurrirá de manera rutinaria, al menos en un país como Gran Bretaña, porque construiremos la infraestructura de carga, y encontraremos vehículos eléctricos más o menos asequibles. De momento, el problema es que es algo así como un bien de lujo. Un vehículo eléctrico decente es alrededor de dos veces y medio más caro que un vehículo de gasolina equivalente.
Creo que eso cambiará, especialmente por los fabricantes chinos. Va a haber un cambio en los próximos cinco años. Predigo, aunque no soy muy bueno en las predicciones, que habrá una gran afluencia a Europa de fabricantes chinos de vehículos eléctricos. Y las marcas tradicionales van a tener que despertar, porque de repente se enfrentarán a una gran competencia. Puede ocurrir como con los paneles solares, donde China es ahora el productor dominante.
P. Acabemos con otra pregunta para poner a prueba su capacidad predictiva. ¿Destruirá la inteligencia artificial tantos trabajos como dicen?
R. El consenso entre los economistas especializados en esto es que los efectos de la automatización en el mercado laboral serán en gran medida positivos. Hay una visión que dice que lo que realmente sucede cuando automatizas ciertos sectores de la economía es que es más barato producir bienes. Al caer los precios, la demanda sube, e incluso se puede crear empleo en los sectores que se están automatizando, mejorando el bienestar de todos.
Estoy tranquilo sobre sus consecuencias, aunque con dos matices importantes: es posible que no tengamos menos trabajos, pero que sí tengamos menos buenos trabajos, lo que sea que eso signifique. Por ejemplo, lo que más me gusta de enseñar es impartir conferencias, y lo que no me gusta tanto es corregir exámenes. Entonces, si resulta que la tecnología es buena para reemplazarme dando conferencias, pero no es buena para hacerlo con los exámenes, supongo que mi trabajo no sería tan agradable debido a la tecnología. Aunque por suerte, probablemente sea al revés. Usaremos ChatGPT para corregir los exámenes y seguiré dando conferencias.
Otro problema es que si automatizamos una tarea y luego le decimos al trabajador que puede hacer el resto desde casa, salta la pregunta sobre qué ocurrirá con nuestras relaciones sociales si simplemente nos sentamos en casa y no interactuamos ni escuchamos otras opiniones. Y creo que esas implicaciones de la tecnología son potencialmente bastante preocupantes, pero aún no las entendemos completamente. La tecnología va cambiando las sociedades. Ya sabemos que las redes sociales han ampliado nuestro discurso público. La gente se dice cosas realmente desagradables unos a otros. Presumiblemente ya solían decirlas antes, pero entonces solo las escuchaban tres personas. Ahora las dicen y las escuchan tres millones. Creo que todas estas implicaciones sociales de la tecnología son cosas en las que debemos pensar mucho más. Álvaro Sánchez (EP)