Los Héroes
Hemos asistido conmocionados, al avance implacable y explosivo de la pandemia del Covid-19.
Estamos sufriendo una de las mayores catástrofes de la historia de España reciente. No obstante, no es un hecho aislado como lo fue la Guerra Civil, sino que, en mayor o menor grado, tiene una incidencia global. Ha medida que avanzan los días, nos vamos dando más cuenta de la magnitud. Ahora, en mayo, tras mes y medio confinados, atisbamos los primeros brotes de libertad, al tiempo que conocemos las peores previsiones económicas
Hemos asistido conmocionados, al avance implacable y explosivo de la pandemia del Covid-19, y digo conmocionados en un primer momento, pero con sentimientos que se van organizando a lo largo de los días. Llevamos 6 semanas confinados, adquiriendo hábitos impensables, preguntándonos si este mundo distópico ha llegado para quedarse o, como si de una pesadilla se tratase, vamos a despertar en cualquier momento, sudorosos y angustiados, pensando: qué mal sueño acabo de tener.
No señores, no. No es una pesadilla, muchas cosas ocurrirán a partir de ahora. Obviamente, esto no es el Apocalipsis, pero se van a producir cambios profundos en nuestras vidas, cambios difíciles de predecir ante una situación nunca antes vivida.
¿Era realmente previsible esta crisis? No debe ser fácil asumir cómo se mueve un desastre de este tipo, y mucho menos apretar el botón de paro de un país, en unas condiciones como las actuales. Pero la realidad es que los incidentes súbitos, ponen en evidencia las debilidades, las de equipo y las de gestión. El previsor tiene respuesta eficaz, al menos al primer envite.
La crisis en China nos ha engañado. Nos han ocultado cifras, extensión y gravedad y eso nos ha robado la capacidad de anticipación. Menos explicable era la referencia italiana que tenía que haber encendido todas las luces rojas de España y el resto de Europa.
A día de hoy, la epidemia en nuestro país está cediendo, con indicadores erráticos, que nos confunden, como consecuencia de cálculos erráticos obtenidos por unos mandatarios erráticos, pero que, a pesar de todo, son evidentes. Los profesionales de la medicina sabemos que nuestras urgencias se están vaciando, que ya hay camas disponibles, que las UCI han pasado de una situación límite, a una ocupación elevada pero manejable. Eso sobrepasa con mucho, la fiabilidad de cualquier cifra que nos puedan ofrecer los políticos. La protección que deberíamos haber tenido desde el primer día, va llegando y a diario, las salas de Covid se parecen a las de los videos chinos, propagandísticos la mayoría de las veces, con personal vestido de extraterrestre, que tanta envidia, y cuya carencia, tanta inquietud nos creaba. El cribaje de los test en nuestro personal se está, por fin realizando y el mapa de la clase sanitaria, y digo bien, a partir de ahora la clase sanitaria, en la que de forma premeditada, quiero incluir a todos los que han arriesgado sus vidas, sin medios de protección, en todos aquellos estamentos que hacen posible el cuidado de los pacientes, y que por fin permitirá conocer la situación real, al menos en ese colectivo. Después de la batalla, los combatientes supervivientes se arrastran agotados entre los cadáveres de sus compañeros. ¿Cuántos han perdido la vida en esta guerra? Docenas de ellos y ellas, amigos, compañeros, conocidos de los hospitales.
Durante años, nuestra clase ha sufrido los avatares de la economía y la idea de que la sanidad era un bien común, un derecho constitucional, algo que era gratis para todos, ha culminado el proceso de socialización de una gran parte de la Medicina Pública e incluso Privada.
En todo ese tiempo, el respeto hacia el antiguo médico, integrante de la cúpula del poder fáctico social, ha desaparecido por quien ha pasado a convertirse en un trabajador de la sanidad más o menos cualificado, todo por 30 monedas de plata. Los de mi generación médica, educados para nutrir el sistema público y realizar nuestra misión profesional en ese medio, coexistiendo muchas veces con la actividad privada, estamos acabando nuestra vida profesional como integrantes del Sistema y con nosotros quizás, muriendo la generación que ha permitido el gran desarrollo del Sistema Sanitario español.
Se nos ha criticado, y el respeto que creo que merecemos, se nos ha negado en medio de exigencias y desconsideraciones, pensando que éramos unos privilegiados sectarios. Quiero volver a incluir en todo esto a todos y todas los que trabajan en el Sistema, Público y Privado, enfermeras y auxiliares, camilleros, personal de mantenimiento, cocinas etc etc., a los que injustamente se les ha ninguneado, negándoles el valor del compromiso que llevamos a cabo cada día, exigiendo muy poco a cambio.
Después de esta guerra con el Covid-19, las cosas no pueden volver a ser igual, los héroes son héroes para siempre y la sociedad ha contraído una enorme deuda con ellos que deberá saldar en forma de todo: consideración, respeto, y porque no, salario. Que la caza de brujas entre la medicina pública y la privada acabe de una vez y reconozcamos que la coexistencia de ambos modelos, debidamente armonizada, es deseable y necesaria, para un desarrollo de la asistencia, docencia e investigación tan necesaria en el día a día del conjunto de toda la Sanidad.