Lo que no aprendemos a ver en los primeros años de vida, no lo recuperaremos
El desarrollo integral del niño depende en gran parte de la correcta evolución de su visión. Cuando nacemos, nuestro sistema visual no está aún desarrollado, y tanto el ojo como sus anejos van a sufrir importantes cambios anatómicos y fisiológicos que no concluirán hasta la pubertad. La maduración de la visión requiere de un largo aprendizaje que se inicia los primeros días de vida y culmina a los 8-9 años de edad, siendo los cuatro primeros los de mayor progresión. Durante este período crítico, las áreas visuales del cerebro son estimuladas por la impresión de imágenes claras sobre la retina, de forma que cualquier defecto que provoque una mala visión de uno o ambos ojos en esta etapa, puede desembocar en un problema de ambliopía u ojo vago. Es por ello que resulta primordial la detección precoz de cualquier patología ocular en la infancia, y evitar así la continuidad del problema en la edad adulta.
Se estima que un 20% de la población infantil tiene algún problema visual. De las enfermedades oculares que pueden afectar a los niños, destacan por su frecuencia los defectos de refracción, ya sea miopía, hipermetropía o astigmatismo, las anomalías estructurales del ojo, como la catarata congénita, la ptosis palpebral (párpado caído) o las opacidades corneales, y el estrabismo. Todas ellas constituyen causas que pueden generar, en mayor o menor grado, un retraso en la maduración visual y por tanto ambliopía. Debemos tener en cuenta que la posibilidad de recuperación del ojo vago es alta si se diagnostica y trata antes de los cuatro años, edad a partir de la cual disminuye progresivamente, siendo prácticamente nula a partir de los 9-10 años. Lo que no aprendemos a ver en los primeros años de la vida, no se va a recuperar posteriormente en la edad adulta. La primera exploración oftalmológica debe llevarse a cabo en el nacimiento, para descartar la presencia de anomalías estructurales congénitas o problemas oculares severos. Más adelante, y a pesar de no existir sintomatología aparente, es conveniente realizar un examen ocular completo a los 2-3 años de edad. La cadencia de los posteriores controles dependerá de los hallazgos de esta primera exploración, y posteriormente, aunque no haya patología, se recomienda realizar revisiones anuales hasta los 8-9 años, periodo en que finaliza el aprendizaje visual. A partir de esta edad, podemos espaciar los controles bianualmente hasta alcanzar la mayoría de edad. Nunca es demasiado pronto para la primera revisión de la visión infantil, mientras que en ocasiones sí puede llegar a ser demasiado tarde. Sin duda, con un diagnóstico precoz estamos a tiempo.