La experiencia de otras crisis sanitarias en España
Por Ana Mato, ex Ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad
Es indiscutible la relevancia sanitaria y social de la crisis del coronavirus. El pasado mes de diciembre se identificó en China un nuevo agente patógeno, el SARS-COV-2, y el 11 de marzo, apenas 100 días después, la OMS calificó la situación como de pandemia. Si preocupante es la rápida capacidad de extensión del virus, más lo es el impacto súbito que está teniendo en las poblaciones de muchos países. Hay más de 320.000 personas infectadas en todo el mundo y la tasa de letalidad, aunque varía mucho según los países, podría alcanzar el 4% de los casos.
En Europa, el espacio político, económico y social en el que se integra España, se han confirmado más de 190.000 casos. Lo más preocupante en estos momentos es que estamos en una fase de progresión aritmética, en la que el número de afectados se multiplica cada hora.
España es el tercer país del mundo con más casos notificados: superamos los 39.000 positivos, una cifra que se corresponde sólo con la de los infectados que hasta este momento han mostrado sintomatología y se les ha podido realizar el test diagnóstico.
A estas alturas habría que comenzar por reconocer que la respuesta de los países europeos ha sido distinta, tanto desde el punto de vista de la anticipación, como de las medidas de contención o la propia gestión de la crisis. Todos los gobiernos europeos disponen de los mismos sistemas de alerta temprana, a través de la OMS, pero no gestionan igual los sistemas de salud y, obvio es decirlo, tampoco adoptan las mismas decisiones políticas ni al mismo ritmo.
Estamos inmersos en una crisis de salud pública de unas consecuencias que todavía no podemos aventurar, pero que sin duda supondrán un serio impacto sobre la economía. La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, y la de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ya han pedido la necesaria movilización de toda la Unión Europea frente a una situación tan inesperada como esta y que podría desembocar en una crisis similar a la de 2008.
En España, distintas voces se han alzado contra la lentitud y falta de pericia y anticipación del Gobierno en la gestión de esta crisis, lo que es comprensible en medio de una situación en la que toda respuesta parece insuficiente. Lo que tal vez tengamos que considerar justo ahora es que disponemos de antecedentes de abordaje de otras crisis sanitarias importantes y que alguna de ellas se resolvió muy satisfactoriamente, como la del Ébola: aquel momento de incertidumbre que me tocó vivir como ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y del que me gustaría recordar hoy algunas enseñanzas
La primera, y siempre es un buen momento para recordarlo, es que tenemos uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo; y que en buena parte es así porque nuestros profesionales médicos y sanitarios son una referencia de excelencia a nivel mundial. Y no sólo por la capacitación profesionalidad que se puede aprender en universidades y hospitales, sino también por su entrega, compromiso con los pacientes, humanidad y compasión.
Gracias a estos magníficos profesionales, que trabajaron y trabajan sin descanso, y al coraje de los afectados, a los que recuerdo con mucho afecto, pudimos superar aquella crisis, lo que supuso un hito en la sanidad española. Todo el país estuvo pendiente de la suerte de los afectados, en aquellas horas críticas, y todas las administraciones movilizadas y coordinadas, con el Gobierno de España al frente, pudimos gestionar satisfactoriamente aquella situación, inédita en nuestro país.
Tal vez es ahora el momento de recordar que las decisiones no se adoptan por sí solas, ni pueden ser voluntariosas o improvisadas. Se requiere sentido común y atención a las informaciones técnico – sanitarias pertinentes. En aquella crisis, la del Ébola, se constituyó desde su inicio un comité especial, integrado por una comisión científica en la que estaban los máximos expertos españoles en la materia, junto con los responsables del Ministerio de Sanidad, y que estuvo presidido por la vicepresidenta del Gobierno. Se introdujeron mejoras en los protocolos, a partir de las recomendaciones de salud pública que analizaban las características de la situación.
Como consecuencia de todo ello, se amplió a partir de aquel momento la red de hospitales capaces de afrontar el manejo clínico de los posibles afectados por el virus. También se creó una comisión de asignación hospitalaria, se reforzaron las líneas de investigación epidemiológica y se mejoró la capacitación de los profesionales. En definitiva, nos demostramos a nosotros mismos que éramos capaces de enfrentarnos a una enfermedad como el Ébola.
La crisis a la que nos enfrentamos hoy es de distinta naturaleza, pero una vez más pone a prueba el liderazgo político y la capacidad de anticipar el escenario al que nos enfrentamos, movilizar medios y recursos, coordinar con eficacia y eficiencia todas las administraciones y poner en marcha las medidas extraordinarias que sean necesarias. En definitiva, de sumar esfuerzos, de dejar a un lado cualquier tentación de buscar culpabilidad, de reunir a todas las fuerzas políticas y sociales para comprometernos en un objetivo superior, supremo, como es la salud de todos los ciudadanos.
Como ocurrió en 2014, la vida ordinaria ha experimentado un vuelco, ha quedado en suspenso. Por un tiempo -y confiemos en que sea lo más breve posible-, tenemos una especial obligación de ser responsables en el seguimiento de las recomendaciones de las autoridades. Todos los españoles deseamos que nuestros líderes políticos sean capaces de estar a la altura de las circunstancias y de conducir con acierto esta situación. Son momentos de unión y de sumar fuerzas, porque hoy como ayer, saldremos más fortalecidos de esta crisis si somos capaces de no perder de vista el objetivo común de proteger la salud y el bienestar de los españoles.