En la piel del accionista
SILVIA ONDATEGUI-PARRA. Durante los últimos dos años, las operaciones corporativas en el sector farmacéutico han estado a la orden del día. El auge en las valoraciones empresariales ha animado a las empresas a analizar fusiones y adquisiciones y a plantearse salidas a bolsa como una fórmula para ganar músculo económico y abordar nuevas inversiones. Se trata de un fenómeno global que, en muchos casos, se ha fundamentado en la existencia de precedentes exitosos. Una buena salida a bolsa fija una valoración accionarial que un competidor puede querer superar, una transacción tiene un precio que otras empresas toman como referencia para sus propios movimientos corporativos, etc.
Llevar a cabo una estrategia de M&A inteligente se ha convertido en la clave para poder asumir los crecientes costes de investigación de nuevos productos. Pero cada transacción que tiene lugar en el mercado genera un histórico de datos que serán analizados en profundidad no sólo por los competidores, sino también por los propios accionistas. Hoy, más que nunca, los primeros ejecutivos de la industria deben analizar al detalle el valor real que van a generar los movimientos corporativos en los que se embarquen. Y deben hacerlo no sólo con la visión a cinco años que fije el plan estratégico de la compañía, sino también teniendo en cuenta el valor que dichos movimientos van a aportar al accionista.
Según un reciente informe elaborado por EY, incluso las compañías más sólidas y con buenas perspectivas de crecimiento pueden ser objeto de críticas por parte de sus accionistas si éstos consideran que se ha tomado una decisión empresarial inadecuada. Entre 2006 y 2014, hemos detectado 143 casos a nivel global de tensiones accionariales en el sector farmacéutico. De éstos, el 78% afectaron a compañías con una capitalización bursátil inferior a 1.000 millones de dólares. Tradicionalmente, las empresas farmacéuticas más expuestas a tensiones accionariales han sido las de menor tamaño, pero esto ya no es necesariamente así. Los accionistas cada vez están mejor informados, y quieren que su opinión se tenga en cuenta, no solo a la hora de tomar grandes decisiones estratégicas, sino también en cuestiones operativas y de portafolio de productos.
No basta con hacerlo bien. Los accionistas siempre van a pedir que se haga mejor. Una adquisición puede tener todo el sentido desde un punto de vista estratégico pero puede acabar siendo contraproducente si la integración no viene acompañada de las necesarias medidas de buen gobierno, eficiencia y optimización de costes.
Al final del día, la mejor manera de que, como gestores, nuestros objetivos estén alineados con los del accionista o, incluso, con los de un potencial inversor, es tratándoles como si fueran clientes. Debemos dirigirnos a ellos con transparencia, honestidad y, sobre todo, debemos entender sus necesidades.
SILVIA ONDATEGUI-PARRA es Socia, Life Sciences de EY