La intolerancia al exceso de ruido aumenta sus decibelios
El silencio que reinó durante la pandemia nos hace ahora más sensibles
A María Jesús Cruz, empleada de la limpieza de 53 años, la asesinó presuntamente su vecino en Vigo porque a ese hombre “le ponían nervioso” los ruidos que la mujer hacía en su casa. Ocurrió en octubre del pasado año, y el juicio se va a celebrar en un par de semanas. El caso de María Jesús (su familia habla por primera vez de este crimen con un medio de comunicación y lo hace con La Vanguardia) es un ejemplo extremo sacado de ese gran cajón de conflictos o daños para la salud por contaminación acústica.
Con la vuelta a la normalidad pasada la pandemia –el mundo se paró por ese virus, y el silencio se adueñó durante meses de las calles– “ha habido un aumento de denuncias y reclamaciones judiciales por exceso de ruido”, confirma Yomara García Viera, presidenta de Juristas contra el Ruido. Principalmente del que entra por ventanas y balcones (motores de vehículos, voces de terrazas, gritos en patios de escuela, música de locales y conciertos…).
“Conocer el silencio en las grandes ciudades durante el confinamiento no ha sido ningún regalo, ni tampoco nada bueno”, afirma Lluís Gallardo, letrado de la Asociación Catalana Contra la Contaminación Acústica. Esa obligada experiencia “nos ha convertido en personas más hipersensibles al ruido”. “Ha habido –añade– un cambio en la psicología social de la percepción de los problemas ambientales”. Gallardo pone un par de ejemplos: “Antes de la pandemia las quejas o reclamaciones en Barcelona por ruidos de patios de escuela –un cóctel de gritos, risas y llantos– eran anecdóticos (una o dos al año). ¡Ahora son una o dos al mes!”. El segundo ejemplo: “Personas que tienen bajo su casa una terraza, que en muy contadas ocasiones les causaba molestias, ahora aseguran que el ruido de esos negocios las perturba a diario”.
Esta hipersensibilidad con el ruido explica, opina Yorama García, el hecho de que “poco a poco se avance en educación y sensibilización en todo lo referido a la calidad sonora de nuestras vidas”. Lo corrobora Lluís Gallardo. “La sociedad –afirma– va tomando conciencia poco a poco de los perjuicios (no solo molestias) del ruido para nuestra salud y bienestar”. Y continúa: “Hoy ya no vemos caras de sorpresa cuando se usa el término ‘contaminación acústica’, cuyo significado era ignorado por la mayoría hace solo unos años, y se denuncia más”.
Aunque la situación, según cuentan quienes velan por nuestra salud sonora, está aún muy lejos antes de poder cantar victoria. “Hay pequeños avances, sí, pero queda mucho por hacer”, repite Yomara García Viera. Pese a los avances en esta materia, lamenta que “la educación y la sensibilización en torno al ruido y la calidad sonora estén menos arraigadas y difundidas que algunos otros temas ambientales, como la contaminación atmosférica, el agua, los residuos, el cambio climático, la biodiversidad, la movilidad o la sostenibilidad en general”.
¿La receta para acabar con los conflictos? “Seguir trabajando desde la pedagogía, la educación, la concienciación, la sensibilización y la participación ambiental, así como en la prevención, planificación, gestión, control e inspección de actividades contaminantes”, añade.
García Viera critica que el problema del ruido “aún se minimiza” y muchos ciudadanos no son conscientes de este drama “hasta que lo sufren en sus propias carnes”. Esta letrada enumera muchos conceptos erróneos sobre el tema, “como que una ciudad con ruido es una ciudad viva, cuando es justo lo contrario, es una ciudad enferma; o que puedes hacer todo el ruido que quieras en tu casa o en la ciudad. Pero hay límites tanto diurnos como nocturnos”.
Los jueces se están poniendo también las pilas con la contaminación acústica, que genera muchos más conflictos de los que se piensa. “Las denuncias, por fin, están prosperando: si hay fundamento y se acreditan las inmisiones, se condena”, revela esta letrada. Gallardo pone, sin embargo, un pero a ese viacrucis judicial de los denunciantes. “Los jueces tardaron más en reaccionar que lo hizo la concienciación ciudadana, aunque podemos decir que una sentencia del 2002 del TSJC abrió el camino para considerar el ruido como culpable de lesiones en derechos fundamentales, salud e intimidad”.
Paradójicamente, tras ese gran paso, a partir del 2010 “se ha venido restringiendo o se ha hecho más restrictiva la amplia interpretación pro ruido. Ahora está costando mucho más, lo que choca con un incremento de denuncias, encarrilar los asuntos judiciales en Catalunya. Es más difícil ganar”, revela este abogado.
¿Por qué? “Por una nueva normativa de la Generalitat –responde– que exige pruebas más precisas y complicadas de obtener para que un ciudadano pueda demostrar que un ruido causa problemas en su salud”. En Catalunya, continúa Gallardo, “sin una prueba sonométrica (que cuesta alrededor de 700 euros) no se puede iniciar una causa. Está claro que la Administración se está poniendo, pues, del lado del infractor con tanta traba al ciudadano para llevar los asuntos a los tribunales”.
La presidenta de Juristas contra el Ruido es contundente al señalar a las administraciones. “No están a la altura, no son ágiles, no hay medios humanos ni técnicos, no se mide [el nivel de ruido] en horario nocturno”, denuncia. Y añade: “Las inspecciones o no se realizan o se programan demasiado tarde. Constatamos con frecuencia inacción municipal y una fatal eficacia y celeridad en los procedimientos”.
García critica que, “en nombre de la economía, hay cierta tolerancia a la actividad contaminadora, en perjuicio de la salud de las personas”. Revela que “para algunas actividades, pagar las multas sale barato”. Pone un ejemplo sobre esta realidad: “Cuando observamos un vehículo que va con exceso de velocidad por la carretera lo paramos, y, si además atropella a alguna persona, se procede a la detención. En cambio, cuando se superan los niveles de ruido, que en muchas situaciones son niveles industriales, se mira para otro lado, aun cuando los daños a la salud son terribles. La contaminación acústica mata”. J. Ricou