Siete meses de espera tras una tentativa de suicidio: “Me hace falta ver al psiquiatra, por favor”
Alina González, de 22 años, con un largo historial de problemas de salud mental, ha estado pidiendo cita con el especialista desde octubre. Se la acaban de dar para el 19 de mayo.
A principios de octubre, Alina González recibió este mensaje de su médica de familia: “Buenos días. Hago la derivación al CSMA [Centro de Salud Mental de Adultos], ya te llamarán y darán día y hora. Un saludo”. Desde entonces, esta joven de 22 años residente en L’Ametlla de Mar (Tarragona), con un largo historial de depresión y varios intentos de suicidio, ha vuelto a escribir varias veces a su doctora para pedir cita cuanto antes al especialista. “Me hace falta ver al psiquiatra, por favor”, le pedía en enero en la aplicación de mensajes del Institut Català de la Salut. Han pasado casi siete meses hasta que, este mismo viernes, le dieron cita: el 19 de mayo.
Entre otras cosas, Alina estaba preocupada por su medicación. Lleva meses sin la supervisión directa de un especialista. “He llegado a un punto en el que me la iba regulando yo misma, porque como llevo tantos años, sé qué dosis me sientan bien. Esto jamás se debe hacer, pero claro, cuando pasan de ti, es tu única opción”, argumenta.
Durante meses, solo recibió largas. La primera excusa que puso su médica para la demora cuando le pidió explicaciones tras unos meses sin noticias fue que la propia Alina había pedido el alta del CSMA. Para que volvieran a verla tenía que empezar de cero y regresar a la lista de espera. “Me hablan de absentismos por tu parte y, sobre todo, decidiste ir al privado”, le recrimina la facultativa por mensaje.
Alina explica que dejó el sistema público para acudir a un psiquiatra privado el año pasado por una profunda crisis que le llevó a una tentativa de suicidio. “Las citas no eran suficientes y decidí buscar ayuda en otro lado. Pero las consultas cuestan unos 150 euros y no me lo podía permitir. Así que en octubre volví a pedir cita en la pública para continuar ahí mi tratamiento”, justifica.
Este no debería ser un argumento para la demora. Joan Vegué, director del Plan Director de Salud Mental de la Generalitat de Cataluña, explica que una persona “es libre” para escoger la vía que considere. Cuando vuelve a la pública se le debe atender igual y sin tanto tiempo de espera: “No es normal”. Asegura que no sabe qué ha podido suceder en este caso en concreto, pero que las esperas para este tipo de consultas “no suelen tardar más de 15 días”. Cuando los profesionales consideran que hay un riesgo, se activa el plan de prevención del suicidio (si no hace falta ingreso, que es inmediato), que tiene un plazo de atención para 72 horas en menores de 18 años y 8 días en mayores.
A diferencia de otras especialidades, el Ministerio de Sanidad no publica el tiempo medio de espera para pacientes de psiquiatría. La media en España en todas las especialidades es de 75 días para una primera cita. Algunas autonomías sí publican las demoras en salud mental: se sitúa en 44 días en Andalucía, en 32 en Castilla y León y en 38 en Galicia, por ejemplo. Pero sin una recopilación sistemática del Gobierno es difícil comparar datos y hacerlos homologables, ya que ni siquiera se corresponden a las mismas fechas.
España, en cualquier caso, está muy lejos de los estándares europeos en atención a la salud mental. Hay seis psicólogos clínicos por 100.000 habitantes en la red pública, tres veces menos que la media europea. Cada año salen unas 200 plazas de psicólogos internos residentes (PIR), y para llegar a estos estándares harían falta más del doble. También escasean los psiquiatras: 11 por cada 100.000 personas, casi cinco veces menos que en Suiza (52) y la mitad que en Francia (23), Alemania (27) o Países Bajos (24). Cataluña, donde vive Alina, también está por debajo de la media europea, pero mejora notablemente los indicadores nacionales: tiene el doble de psicólogos clínicos que la media española, y 13,4 psiquiatras por 100.000 habitantes.
Las autoridades catalanas no saben explicar qué ha podido pasar con Alina. “Puede ser un problema concreto de procedimientos, que siempre pueden suceder en casos aislados. Pero los médicos de primaria tienen muchas competencias para valorar la salud mental. La gravedad que una persona percibe de su situación no siempre es la que considera un profesional”, señala como hipótesis, sin meterse en el caso concreto, Aina Plaza, directora general de Planificación en Salud de la Generalitat.
Pero el problema de Alina no era que su médica no considerara su enfermedad mental lo suficientemente grave como para no derivarla al psiquiatra. Al menos, no es lo que le respondía. En todo momento le asegura que la ha derivado o que va a comprobar qué sucede. El 31 de marzo le llegó el siguiente mensaje: “El doctor [que debía atenderla] se ha marchado como referente del CSMA. En ese cambio resulta que acudirá una compañera en su lugar. Se incorpora en breve. Yo misma hablaré con ella, de manera que te visite como ella crea conveniente, en el CAP [Centro de Atención Primaria] o en su consulta. Tengo entendido que el 25 de abril se incorpora. Ese día te daré respuesta. Entretanto espero que sigas el tratamiento y estés bien de salud. Un saludo”.
El tratamiento al que se refiere es a una prórroga de la medicación que estaba tomando. “Lo hizo la médica de familia sin valoración, simplemente vio que el tratamiento estaba caducado y lo prorrogó”, asegura Alina.
Una larga historia de patología mental
Sus problemas de salud mental vienen desde pequeña: “Me encontraron que era superdotada y eso hizo que no lo encajase con los demás niños. No sabía comunicarme bien con ellos, lo que produjo muchísimo bullying. Sobre los nueve años pensé por primera vez en el suicidio. Quizás si me eliminaba a mí, que era la que no encajaba con los demás, solucionaría el problema. Recuerdo que una noche entré en el dormitorio de mi madre y le dije: ‘Me voy a matar porque no encajo en este mundo”.
A partir de ahí, prácticamente no ha parado de recibir tratamientos de todo tipo. Ahora, cuenta, tiene momentos de picos y valles, con periodos de crisis muy fuertes, sin saber bien por qué. “No hay razones externas que lo justifiquen”, puntualiza. “Padeces ansiedades tan elevadas que probablemente necesitas una dosis de fármacos demasiado elevada, tienes pensamientos intrusivos cada día. Seguro que las personas que padecen de depresión crónica saben lo que es. Estás esperando el tren y de repente te viene a la cabeza: ‘¿Qué pasa si ahora me tiro?’. O estás caminando por la calle y ves que pasas delante del coche y se te ocurre lo mismo. O estás durmiendo y te levantas pensando: ‘¿Y si me quito ahora la vida?”.
Todos esos pensamientos y esas crisis la han alejado de todos sus amigos. Le aparejaba “consumos abusivos” de alcohol que apartaban a los demás. “La gente no entiende que le hagas daño porque tú estás mal. Ni siquiera es que hagas algo queriendo, simplemente ya no miras el móvil, ya no contestas llamadas, ya no quieres saber nada de nadie. La gente al final se harta. Es normal”, reflexiona.
Alina vive con sus padres y tiene una pareja a la que “le ha costado horrores” entender qué le pasaba. Intenta estudiar psicología y negocios internacionales y trabajar de teleoperadora cuando las crisis se lo permiten. Ahora no está en su peor momento. Pero, mientras espera la cita con el psiquiatra en unas semanas, quiere contar su historia porque piensa que, si a una persona con un largo historial de problemas de salud mental y autolesiones le ha pasado esto, “seguramente” no será la única. Pablo Linde