Un cóctel de malestar social
La sociedad se instala en un estrés crónico ante la falta de horizontes
Estamos encarando una crisis nacional de salud mental que puede acarrear graves consecuencias en el ámbito social y sanitario en los próximos años”. Lo subraya la Asociación Americana de Psicología (APA) en su nuevo informe Estrés en América. Una reflexión extensible a todo el mundo y que dibuja el impacto psicológico en la sociedad tras once meses de pandemia. “La población está pasando de la fatiga, al desánimo y al enfado”, contextualiza Carme Guillén, coordinadora del Grupo de Psicoanálisis y Sociedad del Col·legi de Psicologia de Catalunya (COPC).
Se fragua así un malestar social por una acumulación de síntomas a lo largo de este tiempo. El miedo y la ansiedad hace tiempo que están presentes, pero lo que ahora se observa, señala Guillén, es el aumento del enfado que en algunos casos puede derivar en enfrentamientos. Si se echa la vista atrás, los primeros meses la pandemia se veía como una amenaza enmarcada en un horizonte de temporalidad, pero el fin no ha llegado ni se atisba cercano. Durante meses hubo muchas pérdidas. Duras pérdidas familiares, también económicas y la renuncia a muchos planes personales. Pero la temporalidad hacía pensar en una salida, indica la psicóloga clínica. Las pérdidas humanas son irreparables, pero quien afrontaba un problema económico podía tirar de ahorro, del paro, o de ayudas. Los planes parecían recuperables en un futuro asequible y la realidad es que la respuesta de la sociedad fue positiva. Pero ahora las carencias son mucho más complejas. La enfermedad sigue impactando, los ahorros se fueron y no hay planes. La “nueva normalidad” ha sido también una quimera.
Se ha generado una gran incertidumbre, explica Imma Armadans, directora del Máster de Mediación y Conflictos (UB), cada horizonte que se señalaba como un posible fin ha fallado e incluso ahora la sociedad ve como tampoco acaba de funcionar el plan de vacunación establecido. “Si hay incertidumbre nos falta seguridad. Y después de la alimentación, la seguridad es una necesidad básica para los seres humanos”, señala. Es un problema social grave que sirve para que se construyan muchas teorías conspiranoicas, en un contexto de pérdida de credibilidad de los gobernantes. Una incredulidad generalizada que lleva a la desafección política.
La población se ha dado cuenta de que aún queda mucho camino y que el horizonte esperanzador de la vacuna que se había dibujado para principios de este 2021 vuelve a difuminarse. Lo que predomina es un estrés crónico, que puede generar enfado con el mundo, indica Eduard Vieta, jefe del servicio de Psiquiatría y Psicología del hospital Clínic de Barcelona. El estrés se tolera cuando se sabe lo que hay por delante, cuál va a ser la duración del problema, pero los cambios constantes que se están originando no ayudan. Un estrés crónico que puede producir cansancio físico, emocional, mental, miedo, desánimo. Y que abre las puertas de la ansiedad. Un cóctel de malestares que se va cociendo y donde todo el mundo sabe que aunque se solvente la situación sanitaria, una gran crisis económica ya está cayendo encima.
La salud mental ha empeorado claramente, explica Vieta, director del Cibersam, no las más graves de raíces genéticas, pero sí la ansiedad y la depresión. Durante el confinamiento duro y en los primeros meses hubo un descenso de la demanda debido al miedo al contagio del virus, “pero sabíamos que había una demanda alta”. Ahora, indica, han aumentado mucho los ingresos con un incremento de las patologías que tienen la covid como estresor. En este largo periodo pandémico, la sociedad está en un momento de frustración y rabia. Habrá muchas personas que de la superación de esta crisis sacará cosas buenas, se hará más resiliente, señala el especialista. Pero también es verdad que habrá gente para la que no le será nada fácil, y quedarán secuelas. En este sentido alerta sobre la vinculación entre la pobreza y la salud mental, una advertencia ante la crisis que ya ha llegado a muchos hogares. Por ello, cuando se habla de nuevos confinamientos se debería tener en cuenta su fuerte impacto en la salud mental. Hay que cumplir las normas, pero un confinamiento domiciliario tiene “efectos patógenos”.
La situación por la que atraviese la sociedad no afecta, evidentemente, a todo el mundo por igual. Si se analiza el impacto generacional, se ha de poner la vista en los más jóvenes y los más mayores. El fin de semana pasado decenas de jóvenes atacaban a una patrulla de los Mossos en Pallejà y se abría la reflexión sobre posibles conatos de violencia debido a la pandemia. Casos aislados, sin duda, pero que también dejan entrever esta frustración social, de falta de certidumbres a presente y a futuro. La adolescencia y la juventud son etapas de rebeldía que ahora topan con unas restricciones fuertes sobre todo para los jóvenes. Los jóvenes, explica Vieta, pueden expresar esta frustración de forma más acentuada porque viven más en el presente, pero potencialmente tienen más capacidad de resiliencia. Es verdad que para ellos las relaciones son muy importantes, pero también tienen más recursos para recuperarse.
La APA muestra su preocupación por esta generación joven, la que comprende de los 13 a los 23 años. Considera que mientras los adultos tienen más experiencia para entender que esta crisis pasará, los jóvenes de la generación Z están en un momento crucial de su vida, haciendo la transición hacia la edad adulta sin expectativas de futuro. Sobre los más mayores, indica el doctor Vieta, ha caído lo peor. Sobre todo a las personas que viven en residencias y a las que nadie ha querido escuchar su voz. Se han volatilizado también los planes personales, los pequeños y los grandes. Estrenar las aulas de la universidad, viajar, casarse, subir un pico, reunirse, ir de cámping….
Y es necesario cambiar la mirada., señala Carme Guillén, porque no se puede culpabilizar a la población, un mensaje constantemente latente. Quienes no cumplen las normas siempre son los mismos, y mientras va cuajando una sensación de injusticia que recorre la población. El malestar no entiende de toques de queda. Cristina Sen