Nunca convencerás a nadie y otras cuatro razones para no enfadarse
Por Francesc Miralles, escritor experto en psicología.
Hay mil motivos para perder los nervios, pero casi siempre empeorará las cosas y supondrá un gasto de energía excesivo y estéril. A veces la no acción es mejor que cualquier movimiento
Un correo electrónico o un mensaje cuyo tono nos parece fuera de lugar. Un amigo que se olvida de felicitarnos el cumpleaños o de preguntar cómo estamos, conociendo nuestras dificultades. Alguien que pide demasiado, que no cumple con lo prometido, o bien que, a nuestro juicio, se equivoca gravemente al tomar una decisión. Nunca nos faltarán motivos para irritarnos y desesperarnos ante el mundo y la gente que lo compone. ¿Cómo contener la ira y la frustración ante todo aquello que nos duele? Para esa misión puede ayudarnos comprender que, en casi todos los casos, el enfado es inútil y puede complicar aún más las cosas. Veamos cinco razones por las que eso es así.
1. La otra parte no entenderá nada. Cada cual actúa desde su nivel de conciencia, a partir de una experiencia y de una visión determinadas del mundo. Para esa persona es totalmente lógico conducirse así. Por eso jamás podrá contemplar el problema con nuestros ojos. De hecho, nuestra reacción le parecerá al otro mucho más grave que el hecho concreto que desaprobamos.
2. Todo reproche crea su justificación. Hace ya nueve décadas, el autor del manual Cómo ganar amigos e influir sobre las personas señalaba que “la crítica es inútil porque pone a la otra persona a la defensiva, y por lo común hace que trate de justificarse”. Dale Carnegie añade: “La crítica es peligrosa porque lastima el orgullo, tan precioso de la persona, hiere su sentido de la importancia y despierta su resentimiento”. Eso nos lleva al siguiente punto.
3. El enfado se interpreta como arrogancia. El hecho mismo de señalar al otro lo que ha hecho mal será visto como un desequilibrio de fuerzas. Quien se indigna adopta una postura de superioridad moral, ya que nos da a entender que sabe hacerlo mejor, que tiene valores más sólidos o que es capaz de ver lo que la otra parte no ve. Incluso cuando nuestra intención sea ayudar o evitar peligros, el otro puede vivirlo como una humillación.
4. Nunca convencerás a nadie. Del mismo modo que no nos pueden empujar a cambiar de equipo de fútbol o de partido político, ante cualquier situación tensa el ego se atrinchera en sus posiciones. Por este motivo, a no ser que utilicemos una estrategia persuasiva muy sutil, al cuestionar al otro, este se refuerza.
5. Es un gasto innecesario de energía, tiempo y relaciones. Uno de los proverbios chinos más célebres aconseja: “Cuando te inunde una enorme alegría, no prometas nada a nadie. Cuando te domine un gran enojo, no contestes ninguna carta”. Sobre esto último, los enfados no solo deterioran o incluso rompen vínculos que ha costado mucho crear. También apartan nuestra atención de las cosas realmente importantes.
Veamos un ejemplo de esto último. A está convencido de que B, con quien mantiene una buena amistad, ha tomado una decisión equivocada. Por la confianza y cariño que le tiene, A se ve autorizado a escribir en un mensaje las razones por las que no está bien que actúe así, cuando debería hacerlo de otro modo.
B se molesta ante lo que ve como una intromisión y una mala interpretación de sus actos. Por lo tanto, responderá al largo mensaje de A con una réplica igual de larga que puede incluir alguna puya abierta o soterrada.
Dándose cuenta de que ha ofendido a su amigo, A se verá obligado a redactar un mensaje igual de largo o más, disculpándose por algunas de las cosas dichas y reorientando lo que en realidad quería decir.
Después de esto, es posible que la relación se congele o que, al menos, haya una mayor distancia entre las partes. Nadie se siente cómodo con la situación que se ha creado. Si, en un posterior encuentro personal, el asunto se vuelve a hablar, habrá que sumar esa inversión de tiempo y energía a la que ya se ha perdido con los anteriores mensajes de ida y vuelta. Y todo eso para nada. ¿No habría sido mejor contener el deseo de reñir o aleccionar al otro, entendiendo esta como una espléndida ocasión para callarse? Como nos recuerda la filosofía china del wu wei, la no acción, muy pocas veces nos arrepentiremos de habernos contenido, mientras que lamentaremos en un sinfín de ocasiones habernos dejado ir. Quizás por eso Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos, practicaba la clásica medida de contar hasta 10 cuando estaba enfadado y recomendaba: “Si estás muy enfadado, cuenta hasta 100″. Es un consejo de sobra conocido, pero puede ahorrarnos muchos disgustos.
Comunicación no violenta
— El psicólogo Marshall Rosenberg propuso en 1972 renunciar a cualquier reproche, crítica, juicio o culpabilización si de verdad queremos entendernos con el otro. En una comunicación no violenta están fuera de lugar las opiniones que nadie nos ha pedido y los análisis psicológicos que supongan una patología en el otro.
— Decir “eres un narcisista” y pensar que el otro va a cambiar refleja una gran ignorancia de cómo funcionan las relaciones humanas.
— En lugar de señalar, la alternativa es expresar cómo te sientes. Según Rosenberg: “Si evaluamos desde el corazón y desde nuestras necesidades, el otro se identifica”.