Los buenos médicos
Por Salvador Macip, catedrático de medicina molecular en Leicester.
Sorprende que alguien que ha hecho medicina y está en la posición privilegiada de escoger cualquiera de las opciones disponibles, priorice la comodidad personal a maximizar el impacto humano que puede tener.
Con motivo de la publicación de los recientes resultados del examen MIR, entrevistaban el otro día a la persona que había sacado la nota más alta; y en el titular destacaban que, a la hora de elegir especialidad, se decantaría por la que le permitiera “tener calidad de vida”. Merece la pena analizar qué implica esta decisión.
Primero hay que decir que querer un sueldo decente y un trabajo cómodo es muy legítimo, y la carrera de Medicina no garantiza ninguna de las dos cosas. En nuestro país, el personal sanitario está sometido a una presión intolerable. Las condiciones de trabajo son duras y los sueldos, más bajos de lo que correspondería a estas exigencias. Esto facilita el éxodo hacia países donde hay más recursos y una remuneración más justa. La prueba más clara de que la cosa no funciona es que muchos compañeros de mi promoción han recomendado a sus hijos que no eligieran la misma carrera que ellos.
Hasta que no arreglemos el sistema de salud (y esto, lo sabemos todos, quiere decir inyectar millones, para empezar), no nos debería extrañar que a las nuevas generaciones de médicos les preocupe sobre todo encontrar la manera de sobrevivir. Si el salario fuera proporcional a la responsabilidad que se les pide, al menos les compensaría tener que lidiar con las carencias de una sanidad pública que, en teoría, es de las mejores del mundo, pero que está demasiado saturada para funcionar al nivel que le corresponde.
Por otro lado, sorprende que alguien que ha hecho medicina y está en la posición privilegiada de escoger cualquiera de las opciones disponibles, priorice la comodidad personal a maximizar el impacto humano que puede tener. Hay ciertas profesiones que presuponen un interés al contribuir al bienestar y al avance de la sociedad, lo que denominamos vocación. Debería ser la columna vertebral de la sanidad, la educación, la política, la investigación, etc. Pero no nos confundamos: seguir tu vocación no debería querer decir pasar penurias el resto de tus días. Un endocrino, una de las especialidades que se perciben como “cómodas”, se puede ganar bien la vida sin hacer guardias y, al mismo tiempo, ayudar a luchar contra el gran impacto que tiene la obesidad en la salud pública e irse a África a hacer educación nutricional y enseñarles a diagnosticar diabetes de manera gratuita. Hay muchas maneras de ayudar al prójimo.
Quizás una parte del problema es que el baremo que elegimos para medir el nivel y el valor de los futuros profesionales de la medicina no es el adecuado. El primer error es que el acceso a la universidad se determine exclusivamente por las notas. De este modo, seleccionamos a los estudiantes académicamente más brillantes, pero esto no garantiza que serán buenos médicos. Fallamos otra vez en la entrada a la residencia, donde los candidatos se estratifican solo por el resultado de una prueba, y los que sacan mejor nota tienen derecho a elegir primero la especialidad. No evaluamos las capacidades de la manera correcta, porque triunfar en un examen eminentemente memorístico dice poco de tu calidad médica.
El reto de la evaluación es difícil de resolver, pero solo hay que mirar a nuestro alrededor para encontrar alternativas mejores. En el Reino Unido, por ejemplo, ser aceptado en la facultad de medicina no depende exclusivamente de las notas de bachillerato. Tiene mucho peso la carta de motivación que escriben los candidatos, que después tienen que defender en una entrevista, donde se tienen que esforzar para justificar qué los hará unos buenos profesionales; las cartas de recomendación, que corroboran objetivamente este potencial; y las actividades extracurriculares de los últimos años, que tienen que demostrar que el interés para contribuir al bienestar de la sociedad es auténtico. No es infalible, pero hace que muchos de quienes llegan más arriba estén por los motivos adecuados.
Esto me lleva a una consideración fruto de haber podido observar de cerca los estudiantes universitarios de los últimos 20 años: los valores de las nuevas generaciones han cambiado. Los ‘millennials’, y ahora los Z, generalmente buscan una recompensa más rápida y tienen menos tolerancia al esfuerzo, dos atributos que no casan bien con la complicada realidad de la profesión médica. Esto nos debería obligar a hacer la selección de acceso con todavía más cuidado para escoger a los que podrán aportar más a nuestra salud a pesar del coste personal.
Para mí, ser médico es la mejor profesión del mundo porque me permite ayudar a los otros a vivir mejor. Si tuviera que decidir de nuevo qué carrera estudiar, no dudaría ni un segundo, a pesar de los muchos obstáculos que me he encontrado por el camino. Y me gustaría que la persona que hay al otro lado del fonendo cuando estoy enfermo pensara igual que yo.