Enrique Rojas. “La felicidad consiste en el amor y el trabajo”
Enrique Rojas, psiquiatra y catedrático de esta especialidad en Madrid
El psiquiatra Enrique Rojas (Granada, 1949) está convencido de que lo importante en esta vida no es tener buenas cartas, sino saber jugarlas, y a ello quiere contribuir con su último libro –Todo lo que tienes que saber sobre la vida (Espasa)–, obra que intenta ser un GPS, una cartografía con rutas esenciales para adentrarse en algunos de los grandes temas de la vida, como el amor, el trabajo, la cultura y la felicidad.
¿Cuál diría que son esas claves para llegar a buen puerto en la vida?
Lo primero, conseguir tener una personalidad equilibrada. Y, en segundo lugar, tener un proyecto de vida coherente y realista que hospede cuatro grandes notas: amor, trabajo, cultura y amistad.
En general, a lo que la mayoría de las personas aspira es a ser feliz. ¿Qué ruta o consejos da para ello?
La felicidad absoluta es una quimera y está en la imaginación. Hemos de aspirar a la felicidad relativa, que se podría definir como una vida lograda.
¿Qué es una vida lograda?
Es intentar sacar el máximo jugo posible a la existencia personal, sobre todo en dos temas que son los grandes pilares: el amor y el trabajo, la vida afectiva y la vida profesional.
¿Pone la vida afectiva y la profesional al mismo nivel?
Sí. La felicidad consiste en amor y trabajo; en amar el trabajo y trabajar con amor.
En el libro también habla de cómo superar las derrotas, justo ahora que tanto se habla de la poca tolerancia a la frustración de los jóvenes. ¿Cuál es su receta?
El problema es que están acostumbrados a la cultura de la inmediatez, y en esta vida hay cinco pretensiones de largo alcance que son las que proporcionan el puente hasta el castillo de la felicidad relativa: el orden, la constancia, la voluntad y la capacidad de observación. Y la más importante es la voluntad, que es la base de la educación, más que la inteligencia.
¿Y qué pasa con la voluntad? ¿No se trabaja lo suficiente?
Hay un desdén muy grande por la voluntad en general, y en los colegios se trabaja muy poco. Educar es proporcionar raíces y alas, amor y disciplina, es seducir con valores que no pasan de moda. Y la clave está en hacer atractiva la exigencia.
¿Cómo se logra?
Ahí entra la labor del educador, y hay tres modelos: el profesor, el maestro y el testigo. El profesor enseña una asignatura; el maestro enseña lecciones que no vienen en el libro; el testigo es un modelo de identidad al que nos gustaría parecernos, un ejemplo de coherencia y vida. Y hoy hay muchos profesores, pocos maestros y escasos testigos.
Hoy los adolescentes y los jóvenes también aprenden a través de las redes sociales. ¿Qué papel tienen en su desarrollo?
Tienen una parte buena y una mala. La buena es la posibilidad de comunicarse con mucha gente y conocer otras vidas y otros estilos. La mala es que quedan atrapados como si fuera una adicción y lo que podía ser una posibilidad de comunicarse se convierte en una amistad superficial. Yo creo que la juventud no está hecha para el placer sino para el heroísmo, y por eso mi mensaje es “atrévete a sacar lo mejor de tu persona poniendo entre paréntesis el bombardeo informativo que llega por las redes”.
La pandemia ha provocado que hablemos más que nunca de salud mental por el alto número de personas que han visto deteriorarse la suya. ¿Cuál es su diagnóstico?
El mundo se ha vuelto hipocondríaco, como Argán, el enfermo imaginario de Molière, que se pasa el día pendiente de la tos, la fiebre, la presión. Ha aparecido el fantasma de la muerte, la observación minuciosa de uno mismo y la convivencia se ha hecho muy cercana. Pero para que la convivencia sea buena hace falta cercanía y distancia, tener perspectiva y relativizar los problemas personales, y esa distancia se ha perdido.
En estos momentos la sensación es de abatimiento generalizado. ¿Cómo dejarlo atrás?
Uno debe tener siempre objetivos por cumplir que sean medibles, no utópicos. Y, por otra parte, debe educar la mirada para descubrir más lo bueno que lo malo, porque la felicidad no depende de la realidad sino de la interpretación de la realidad, de cómo captas lo que recibes.
Otra de las secuelas que se atribuyen a la pandemia es un aumento de la ira y de la polarización…
La pandemia ha dejado un rastro de irritabilidad de fondo, pero al mismo tiempo se observa que la gente quiere mejorar, quiere conocerse más a sí mismo.
¿Cree entonces que también hay un impacto positivo?
Sí. A mis pacientes suelo darles dos lemas: “Nada es difícil si hay voluntad”, y “crécete ante las adversidades”. Porque la voluntad es la joya de la corona de la conducta y no hay vida sin sufrimiento, así que éste hay que tomarlo como un aprendizaje. Somos educados por las circunstancias.
¿El impacto de la pandemia en la sociedad?
Ha dejado hipocondria e irritabilidad, pero también más gente que quiere mejorar