Conspiranoicos: ¿se creen lo increíble?
Que la tierra es plana, que Hillary Clinton lidera un plan mundial de secuestro y violación de bebés, que las vacunas son un pretexto para implantarnos chips cerebrales… A veces nos reímos de estos creyentes, pensando que padecen algún tipo de trastorno mental o incluso un déficit cognitivo severo. Nada es descartable, pero sería iluso creer que eso les ocurre al 17% de los norteamericanos: más de 50 millones de personas y a otros muchos en el mundo. Demasiada gente.
¿Qué hacen, entonces, creíbles esas ideas delirantes? La época de los grandes relatos hace ya tiempo que inició su declive. Fue una era que necesitaba de un referente sólido que generase confianza y la creencia y obediencia de todo el mundo. Esa figura patriarcal se reveló, de un tiempo a esta parte, como una fake que, bajo su aparente bondad y rectitud, escondía a veces un goce obsceno: abusos, maltratos y corrupción.
Ese declive nos dejó huérfanos de sentido y algo desorientados. Entretenidos con nuestros gadgets –como si fueran los nuevos dioses– acudimos a venerarlos a sus templos comerciales. De ese vacío, surgen las certezas conspiranoicas que nos invitan a creer que todos somos objetos de un gran abuso, como esos bebés a los que aspiran a salvar y proteger con sus organizaciones extremistas, dispuestas a cualquier asalto. Los avances tecnológicos (5G) serían las vías a través de las cuales se ejecuta esa delirante violación global.
Recuperamos mediante este aparente desatino el sentido evaporado por el declive de ese Otro –ya más roto que líquido– impotente para cumplir la función de faro y guía. La imputación de una voluntad de goce abusador a ese mix (judíos, demócratas, ricos, mujeres, tecnológicas…) funciona como la teoría del chivo expiatorio, un clásico en todas las civilizaciones. Localizar el mal allí nos permite sentirnos inocentes y orientarnos en este confuso siglo XXI, agregándonos como hermanos a la tribu de los desamparados. Un lugar donde encontrar un nuevo hogar, esa patria grande reconquistada en la que ser alguien.
Los nuevos pastores llenan con su
fulgurante narcisismo ese vacío y se sirven sin pudor de los medios digitales a los que, por otra parte, acusan –cuando les conviene– de los peores males. Esa es la otra inmunidad de rebaño que viene, la de los que se refugian en lo increíble, como vacuna eficaz para soportar su frágil existencia. No hay que despreciar esas creencias ni la voluntad de aferrarse a ellas, nos hablan de un sentimiento vivido de indefensión que vira fácilmente al odio. Ya de paso, ayudaría limitar la incompetencia en la gestión política, factor que contribuye a la desconfianza. Por José R. Ubieto , psicólogo clínico