Lo que sabemos que no sabemos
Por Antoni Trilla, epidemiólogo. Hospital Clínic de Barcelona
Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa de Estados Unidos, afirmó hace años a propósito de la actividad terrorista en Irak: “Hay cosas que sabemos que sabemos (known knowns) y cosas que sabemos que no sabemos (known unknowns), pero también hay cosas que no sabemos que no sabemos (unknown unknowns)”. Hace unas semanas, un excelente artículo publicado en el British Medical Journal (BMJ) utilizaba estas palabras para afirmar que cuanto más seguro está alguien sobre la Covid-19, menos debemos confiar en él. Me van a permitir resumir dicho artículo, que es ilustrativo.
En la ciencia actual que rodea a la Covid-19 parece haber certezas en todas partes. Hay supuestos expertos que comentan datos sobre la pandemia y creen saber exactamente que está sucediendo e incluso nos sermonean sobre que hacer al respecto. Otros supuestos expertos proclaman que solo nos libraremos de la Covid-19 si seguimos rigurosamente sus recomendaciones: creen estar en posesión de la verdad. Incluso hay supuestos expertos en todo, que hablan sin prudencia tanto de los avances en las estrategias de control como de la genética del coronavirus. Los puntos de vista se polarizan, especialmente en las redes sociales, en una confrontación inútil y en ocasiones áspera. El terreno natural de la crítica constructiva en ciencia son las publicaciones biomédicas y su discusión educada.
Una situación peculiar es la proliferación de lo que el BMJ denomina epidemiólogos de salón. Personas muy capaces del mundo de la economía, la sociología, la biología, la ingeniería, la física o las matemáticas, por ejemplo, han sido aparentemente dotadas ahora con la habilidad de convertirse rápidamente en especialistas en epidemiología de las enfermedades infecciosas, cosa que suele comportar décadas de estudio y trabajo. La epidemiología es afortunadamente una ciencia interdisciplinar, pero ser experto en un área específica concreta no presupone el conocimiento de otras.
Hay que explicar continuamente y bien la incertidumbre. La realidad, que siempre es muy tozuda, es que seguimos teniendo dudas razonables al respecto de las mutaciones del coronavirus, la duración de la inmunidad, la mortalidad real de la Covid-19, el valor de las pruebas diagnósticas, el efecto del cierre de determinadas actividades en la evolución de la pandemia, la utilidad de los modelos matemáticos predictivos o las comparaciones internacionales de las estrategias de control, entre muchas cosas.
Cuando decidamos a quién atender en estos tiempos difíciles deberíamos identificar a aquellos que aceptan la incertidumbre y la discrepancia razonable de las evidencias científicas. Quienes son siempre categóricos en sus opiniones y analizan cada nuevo dato únicamente bajo su óptica particular, no superan bien esta prueba. En general, y más aun en esta pandemia de Covid-19, la certidumbre suele ser la otra cara del conocimiento. Mucha prudencia y mucha paciencia.