Eficiencia en la salud
Por Alberto Giménez Artés, presidente de la Fundación Economía y Salud.
Ya en las fases finales de la pandemia del Covid-19, y sin bajar la guardia, empezamos a pensar más intensamente en el futuro, y concretamente, en las medidas que debemos tomar para responder a la grave crisis que se nos viene encima, mejorando al mismo tiempo nuestro Sistema Nacional de Salud.
El grave déficit que sufriremos este año -los expertos hablan entre el 10 % y el 12,5 %- nos coloca en una difícil situación. Sin la ayuda de la Unión Europea mediante el envío de fondos, a través de transferencias y créditos, sin olvidar otras vías, entraríamos antes o después en muy graves dificultades.
Debemos ser muy conscientes de que la Unión Europea nos exigirá un plan que reactive la producción de nuestra economía, junto a una reestructuración de nuestros ingresos y gastos, de forma que podamos demostrar que ingresamos como país más de lo que gastamos. Plan de reestructuración que nos permita pagar nuestros gastos y reducir nuestra deuda que se situará alrededor del 120% de nuestro PIB.
A la hora de equilibrar nuestras cuentas, se habla de aumentar los ingresos vía impuestos, y reducir el gasto público vía recortes. Sin embargo, no se escucha de igual forma la necesidad de aumentar nuestros ingresos mediante el incremento de inversiones productivas o gastar menos vía eficiencia.
En todo caso, tenemos un gran camino por recorrer para lograr la eficiencia. Nuestra gestión de la Salud Pública es francamente mejorable. No dedicamos los presupuestos necesarios a trabajar en ese campo, de forma que llevemos adelante políticas efectivas de prevención de la enfermedad y promoción de la salud. Acabamos de sufrir las consecuencias. Cierto que una pandemia puede desbordar los recursos existentes por muy preparados que pudiéramos estar, pero una mejor política en este campo nos habría evitado mucha enfermedad y mucho gasto.
Y no es necesario hablar de pandemias. Por ejemplo, en los últimos diez años, el incremento de enfermos de ictus se ha elevado en un 20% y se espera otro aumento igual para los próximos diez años. ¿Qué hacemos para evitarlo? En realidad muy poco. No hay políticas serias y suficientes de promoción de hábitos saludables que deben comenzar en las etapas iniciales de la vida y continuar a lo largo de ella. Si lo hiciéramos, el gasto dedicado a esas políticas sería muy inferior al que llevamos a cabo al tratar a estos enfermos que de cuidarse se reduciría su número. Es decir, seríamos más eficientes, produciríamos más salud con menos gasto.
No sólo hay que trabajar en la fase de prevención que puede ser primaria como hemos expuesto, sino también secundaria o terciaria con un buen seguimiento de las personas en situación de convalecencia o rehabilitación que evite secuelas o personas con enfermedades crónicas para llevarles un buen control que evite reagudizaciones. Otra vez el gasto necesario para incrementar estos servicios sería menor que el gasto que evitaríamos por reagudizaciones. Y lo mismo podríamos hablar de la fase aguda, en la que hay que huir del hospitalocentrismo, evitando ingresos hospitalarios no necesarios o dando altas necesarias en enfermos que han superado la situación aguda y permanecen en los hospitales por falta de otros recursos. Hospitales donde la gestión de los recursos humanos y la gestión clínica es mejorable buscando la eficiencia. En fin, mucho camino que recorrer para reducir el gasto, sin por eso reducir los resultados en salud.
Necesitamos, al mismo tiempo, mejorar la coordinación de los servicios sanitarios con los sociales. Un porcentaje altísimo de las personas que viven en residencias de mayores son enfermos crónicos con pluripatologías que necesitan un seguimiento cercano por parte de Sanidad para mantener su situación o detectar posibles agravamientos en su situación clínica que permitan actuaciones precoces que evitan crisis o ingresos hospitalario. Aquí, como en los otros sectores, la nueva tecnología puede y debe jugar un gran papel.
Sin embargo, de todo esto se habla poco. Se discute mucho sobre los recortes en Sanidad, sobre si la privatización o la gestión privada de lo público es el origen de todos los males. Discusiones abruptas que en muchas ocasiones descubres que, tras ellas, no hay intención de acercarse de una forma serena al problema buscando las mejores posibilidades, sino un secreto deseo de instrumentalizar las cuestiones a debate para demonizar al adversario, al que no piensa como tú, queriendo imponerles tus razones, que no convencerles de que son las mejores.
Trabajemos pues en llevar a cabo un programa que ajuste nuestras cuentas, incrementado ingresos y reduciendo gastos, sin olvidar una de las vías imprescindibles: la eficiencia.