La jubilación, abismo o amanecer: claves para sacarle todo el partido a esta etapa vital

Por David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.

El final de la vida laboral puede suponer un alivio, pero también una amenaza. Es fundamental afrontar el duelo por el tiempo pasado y abrazar las nuevas oportunidades.

“Si es tan difícil empezar”, como reflexionó Louise Glück en uno de sus últimos poemas, “imagina lo que será terminar”. Esta pregunta resonó en mí recientemente cuando un amigo me tomó por sorpresa al preguntarme cómo creo que será la última sesión con mis pacientes en psicoanálisis. Para muchos, la decisión de jubilarse puede suponer un alivio. Para otros, puede ser como una carga amenazante. Depende de los factores involucrados. En un mundo con trabajos mal pagados, a menudo desagradables y poco gratificantes, la jubilación se considera algo muy deseable; sin embargo, un porcentaje sorprendente de personas se jubila inesperadamente, teniendo poco o ningún control sobre sus condiciones de salida.

Los efectos de la jubilación en la salud mental son un tema de creciente preocupación. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en enero de 2022 la población mayor de 64 años en España ascendía a 9,5 millones de personas —casi el 20% de la población—. En varios países de la UE se ha aumentado la edad de jubilación y se ha reducido la generosidad de los protocolos de pensiones, porque el crecimiento demográfico y la creciente esperanza de vida han ejercido una enorme presión sobre los sistemas de bienestar social. Si bien las reformas que desincentivan la jubilación anticipada podrían contribuir a la sostenibilidad de las finanzas públicas, a su vez corren el riesgo de empeorar la calidad de vida de los jubilados.

Esperamos que la jubilación elimine el estrés relacionado con el trabajo y los entornos laborales precarios, que los jubilados tengan más tiempo libre y disponibilidad para realizar actividades edificantes, como el ejercicio, y desarrollar sus conexiones sociales, lo que sería beneficioso para la salud mental. Sin embargo, también puede acarrear cambios estresantes significativos que la afecten negativamente: la pérdida de interacciones con compañeros de trabajo y otros contactos, así como de actividades relacionadas. Dejamos atrás nuestra identidad, tal como era en nuestros trabajos: etiquetada, medida, respetada y recompensada por el mundo exterior —aunque lamentablemente en muchos casos no es así—. Además, la disminución de los ingresos crea inseguridad y requiere un reajuste de expectativas en el momento en que, irónicamente, uno es “libre” de considerar actividades como, por ejemplo, viajar. En consecuencia, estas alteraciones del estilo de vida, combinadas con el deterioro del organismo y una posible mala salud, pueden tener efectos negativos.

La buena noticia es que el avance de la edad tiende a provocar un cambio lento y misterioso, pero poderoso, en las fuerzas internas que nos impulsan a crear. Es muy probable que el límite de tiempo imponga una presión, un incentivo, que juega un papel capital en la creatividad de muchos artistas longevos. ¿Cómo consiguió Matisse no caer en el abismo de la depresión y crear sus collages más sorprendentes en la cama o desde una silla de ruedas, mientras cuidaba con cierta devoción de sus diversas dolencias crónicas? La creatividad artística no impide el envejecimiento del cuerpo, ni preserva la agilidad mental ni el espíritu aventurero; la explicación del impetuoso arte de los grandes creadores debe buscarse en otra parte. ¿Qué dice el psicoanálisis sobre los orígenes de este amanecer al atardecer? Quizás la clave esté en poder hacer duelo por las oportunidades perdidas y afrontar la perspectiva de la propia muerte, que permita vivir cada etapa como algo nuevo.

También está la consecuencia inevitable de la longevidad como oportunidad para experimentar y aprender. El dibujo de Goya Aun aprendo, que data de su exilio en Burdeos, es un autorretrato simbólico que se ha convertido en un referente del espíritu del artista octogenario que expresa su inquebrantable deseo de superación personal. Edward Said, precursor de los estudios poscoloniales, ha llegado a considerarlo “un estilo tardío”, la forma en que la obra de algunos grandes artistas adquiere un nuevo lenguaje hacia el final de sus vidas. ¿Y qué pasa si la edad y la mala salud no producen la serenidad de la madurez? Este es el caso de Ibsen, cuyas obras finales desgarran la carrera y el oficio del artista. Lejos de la resolución, sugieren un artista enojado y perturbado para quien el medio dramático proporciona una ocasión para provocar más ansiedad y dejar al público más perplejo que antes. Según Said, el estilo tardío implica aquí “una tensión no armoniosa, no serena y, sobre todo, una especie de productividad deliberadamente improductiva que va en contra…”.

Pero la prerrogativa de quienes siguen adelante es otra, Samuel Beckett da en el clavo: “No puedo seguir. Continuaré”. A medida que cumplo edad, estas reflexiones me llevan a la pregunta de mi amigo: el tiempo, la pérdida y el duelo son partes intrínsecas de todo psicoanálisis, de principio a fin. En palabras del psicoanalista Jean Laplanche: “El objetivo del psicoanálisis es ponerle fin para que pueda comenzar una nueva vida”.

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