La medicina del futuro, ahora
Por Salvador Macip, Médico e investigador de la Universidad de Leicester y de la UOC.
No tiene mucho sentido dar la misma pastilla a todo el mundo cuando sabemos que a algunos no les hará ningún efecto y a otros incluso les puede resultar nociva. Lo que hace falta es un tratamiento a medida.
Se acerca una revolución que debería cambiar los sistemas de salud. Hasta ahora, la medicina se ha centrado en diagnosticar una enfermedad y dar al paciente el fármaco que se ha comprobado que funciona mejor. Pero los avances tecnológicos han permitido descubrir que, bajo un misma etiqueta a menudo se esconden, de hecho, varias variantes de la enfermedad. Y, todavía más importante, que la genética de cada persona determina cómo esta enfermedad evoluciona y cómo reacciona a los fármacos. Entonces no tiene mucho sentido dar la misma pastilla a todo el mundo cuando sabemos que a algunos no les hará ningún efecto y a otros incluso les puede resultar nociva. Lo que hace falta es un tratamiento a medida.
Esta nueva aproximación se llama medicina personalizada o de precisión, y ya se ha empezado a aplicar, por ejemplo, en algunos cánceres, donde se elige el tratamiento más efectivo en función de las mutaciones que se detecten en cada caso. Todavía queda mucho trabajo para que se pueda aplicar a la mayoría de enfermedades, que sería el objetivo final. Con esto conseguiríamos mejorar la eficacia de los tratamientos y, al mismo tiempo, reducir los efectos no deseados.
Hay tres grandes obstáculos que habrá que superar antes para que se convierta en realidad. El primero es disponer de suficientes fármacos para todas las necesidades. Nos hace falta una biblioteca de compuestos muy caracterizados que ya hayan pasado las pruebas clínicas necesarias, para que podamos escoger el que más convenga. Este es un cuello de botella importante, porque las farmacéuticas tienen poco interés en destinar recursos al desarrollo de un fármaco que solo servirá para un grupo pequeño de pacientes. Sus inversiones su importantes y las compensan con ventas igualmente importantes. Por lo tanto, se suele buscar el producto que se podrá vender a una población lo más amplia posible, que es justo lo contrario de la medicina personalizada.
Tendremos que encontrar la manera de incentivar la inversión en fármacos menos rentables, y esto requerirá una contribución pública sustancial y una negociación con las farmacéuticas, que son una pieza imprescindible del sistema. Una estrategia complementaria es el ‘repurposing’, o encontrarle nuevos usos a un fármaco que ya ha sido aprobado. A menudo se ha considerado que un compuesto no era útil para tratar una enfermedad porque la mayoría de pacientes no respondían, pero una parte, por pequeña que sea, quizás sí que se beneficiaban. Solo hay que saber identificarlos.
Aquí es donde aparece el segundo obstáculo: cómo determinar qué personas responderán mejor a cada tratamiento. Esto se llama estratificar. Aquí el embudo es definir nuevos marcadores de estratificación. Será necesario usar la genómica, la proteómica y otras ómicas para encontrar estas diferencias entre pacientes. Finalmente, el tercer punto a resolver es cómo entrenar al personal sanitario para que pueda hacer frente a unos cambios de protocolos que requieren unos conocimientos básicos nuevos.
Sobrevolando estas limitaciones hay una pregunta obvia: ¿esto quién lo paga? Todo lo que hemos señalado requiere mucho dinero. Y, sobre todo, implementar la medicina personalizada representará un coste añadido que los sistemas públicos de salud, crónicamente infrafinanciados, difícilmente se podrán permitir si no hay cambios en los presupuestos. Aquí habrá que contar con el apoyo de gestores suficientes visionarios para apostar por una transformación cara. pero, a la larga, necesaria.
Hace unos días pude hablar de estos temas en la mesa redonda que clausuró la conferencia anual del Barcelona Institute of Science and Technology (BIST), este año dedicada a la medicina de precisión. El BIST es un instituto de investigación multicéntrico, de estructura única en nuestro país, que está haciendo un trabajo pionero en este campo, y la jornada fue un buen escaparate de resultados recientes que pueden hacer avanzar la disciplina. Pero aparte de investigación básica, nos hace falta también atraer la colaboración de las farmacéuticas, el apoyo de los políticos y el interés de los médicos. En este sentido, el BIST y la UOC están preparando un curso de medicina personalizada para profesionales de la salud que tendría que ayudar a explicar los cambios que vienen a quien los tendrá que implementar.
A iniciativas como esta tendremos que añadir una necesaria campaña de divulgación para que todo el mundo entienda la importancia del tema y cómo nos afectará. Porque la revolución que nos promete la medicina personalizada puede cambiar radicalmente la atención médica del siglo XXI, pero antes deben cuadrar todos los elementos, cosa que requerirá el trabajo coordinado de profesionales de varios ámbitos.