Afrontar el cáncer sin dolor
Cerca del 10% de los pacientes oncológicos necesita técnicas invasivas para tratar el dolor, un 20% entre los hospitalizados
Prácticamente todos los pacientes con cáncer experimentarán dolor en algún momento del proceso del tumor, aunque variará la intensidad en cada caso. Aproximadamente el 60% de los tumores necesitará tratamiento analgésico con fármacos que, de manera progresiva, incluirán antiinflamatorios, opiodes débiles y coanalgésicos. Cuando el dolor es de intensidad moderada a severa, se requieren opioides fuertes tipo morfina y derivados. Pero cerca del 10%, ya sea por intolerancia o por ineficacia de estos tratamientos, acaba necesitando una técnica invasiva, un 20% si sólo se tienen en cuenta los pacientes hospitalizados. Las unidades del dolor se han ido especializando cada vez más en el apoyo del paciente que no recibe alivio suficiente del dolor y éste acaba interfiriendo en su calidad de vida.
Los tumores producen dolor por el crecimiento local o invasión a distancia, especialmente cuando se afectan estructuras nerviosas u óseas. Lo que hace que sea o no doloroso es la invasión de algunas estructuras especialmente susceptibles, como puede ser la cortical del hueso o un plexo nervioso, explica Víctor Mayoral, coordinador de la unidad del dolor del hospital de Bellvitge y secretario de la Sociedad Española del Dolor. Según la parte o estructura comprimida se pueden considerar dos tipos de dolor: el nociceptivo, que puede ser somático o visceral, y el neuropático. El somático se produce a nivel de la piel, músculo o hueso y el visceral por la presión de órganos o vísceras. El neuropático, por su parte, aparece cuando se afectan estructuras del sistema nervioso. Es el más difícil de tratar. La invasión de determinados órganos, como el páncreas, también produce dolores de tratamiento complejo, amplía Mayoral.
La medición del dolor se determina en función de una escala subjetiva en la que cero significa nada de dolor y 10 el máximo posible. Los resultados los conseguimos preguntándole al paciente, escuchándole. Lo que nos importa es que no llegue a afectar a su calidad de vida, apunta este especialista. Hay varias escalas, añade, nosotros la que más utilizamos es la del Breve inventario del dolor. Medimos la intensidad y la interferencia del dolor en diferentes aspectos de la vida diaria, desde la calidad el sueño hasta las relaciones personales.
En función de las estructuras afectadas y de la intensidad del dolor se orienta el tratamiento. Los casos más complejos se presentan en lo que se conoce como sesión de pacientes difíciles. Allí, entre todos los especialistas se decide si el enfermo es candidato a una técnica invasiva. Hay varios tipos. Los más empleados consisten en administrar los mismos fármacos opioides mediante bombas de infusión cerca de las vías que transmiten la sensación de dolor, en concreto alrededor de los nervios de la médula espinal, lo que nos permite reducir considerablemente la cantidad de opioides que el paciente recibe, a la vez que se disminuye significativamente los efectos secundarios. Por otro lado, los bloqueos nerviosos, en los que se administran fármacos anestésicos locales o agentes neurolíticos, inhiben (duermen) localmente la zona dolorosa sin afectar al resto del cuerpo durante un tiempo variable.
Los avances de los últimos años hacen posible que la mayoría de pacientes pueda controlar el dolor durante todo el proceso tumoral. Generalmente consiguen llegar al dolor leve, es decir, que no afecta a su vida diaria. Lo que es difícil es eliminarlo del todo, pero hay que tener en cuenta que son enfermos que acuden a la unidad con unas dosis muy altas de fármacos que, o bien no les acaban de controlar el dolor o bien les produce secuelas como somnolencia excesiva que afectan a su calidad de vida. Para nosotros es un éxito poder reducir considerablemente la cantidad de medicación y hacer que el paciente se pueda volver a incorporar a la vida social, concluye Mayoral.