Mortalidad: el punto de inflexión
Por Antoni Trilla, epidemiólogo del Hospital Clínic de Barcelona.
Para determinar la mortalidad de la Covid-19 podemos emplear varias medidas. Una de las más usadas es la denominada tasa o índice de letalidad (CFR: Case Fatality Ratio). Se calcula dividiendo el número de pacientes fallecidos por Covid-19 (numerador) por el total de pacientes diagnosticados de la misma enfermedad (denominador). Este índice ha ido descendiendo de forma sostenida a lo largo de la pandemia, incluso para los pacientes con mayor riesgo. Hoy la mortalidad es claramente inferior a la de la primera oleada de la pandemia. En una serie de 5.700 pacientes con Covid-19 ingresados en las ucis de Inglaterra, la mortalidad bajó del 42% en marzo al 20% en junio. En otra serie de 5.100 pacientes hospitalizados en Nueva York, la mortalidad bajó del 26% en marzo al 8% en junio. La tasa de letalidad actual de la Covid-19 es del 1% aproximadamente. Puede variar desde el 0,1% en personas de menos de 45 años al 14% en el de más de 75 años de edad. Son buenas noticias.
Este descenso de la mortalidad puede deberse a cambios en la demografía de la enfermedad (los pacientes diagnosticados ahora son más jóvenes y sanos), a que se detectan más pacientes (se hacen más pruebas diagnósticas) y a que ahora diagnosticamos antes a los pacientes, por lo que llegan en mejor estado y reciben antes atención médica. Otra explicación (todas ellas son complementarias) es que conocemos bastante bien la enfermedad y hemos mejorado los cuidados ofrecidos a los pacientes graves. Ahora se intuban y ventilan menos pacientes, se emplea con más frecuencia el oxígeno a alto flujo administrado por vía nasal, se coloca a los pacientes boca abajo (pronados) para mejorar su ventilación pulmonar y se usa la dexametasona y otros fármacos. El tratamiento se ha protocolizado y estandarizado más aún, basándose en nuevas evidencias científicas y en la experiencia clínica, lo que supone mejoras en la atención. La reducción de la mortalidad también podría deberse a que la población de mayor riesgo se vio más castigada en la primera oleada (de ahí el alto índice de mortalidad registrado) y este tipo de pacientes ya no es ahora tan frecuente.
Pero hay un factor muy importante: desde la fase final de la primera oleada y hasta la actualidad nuestros hospitales han trabajado sin estar saturados, al contrario de como estuvimos en la primera oleada. Si el sistema sanitario se satura, si tenemos más pacientes que camas, si no tenemos suficiente personal sanitario, se resiente indefectiblemente la calidad de la atención sanitaria prestada. Acabamos de volver al estado de alarma, con medidas restrictivas duras para tratar de detener la expansión de la Covid-19. Todo va a depender de que logremos reducir nuestra movilidad y nuestros contactos, una acción individual pero también colectiva. Si no cumplimos bien estas medidas, créanme, nos esperan tiempos oscuros. Como dice una colega intensivista, “no quiero ni pensarlo”.